Caudillismo a flor de piel
El caudillismo divide a los partidos políticos y parece que forma parte del ADN de la mayoría de los gobernantes latinoamericanos, especialmente de los representantes del socialismo del siglo XXI. Todos estos dirigentes ni bien han trepado al poder, salvo “Pepe” Mujica del Uruguay, han buscado la forma de perpetuarse en el gobierno, cambiando las reglas democráticas que les permitieron llegar al poder.
Evo Morales se ha convertido en el típico caudillo que no se resigna a que su ciclo político puede haber terminado y que el Movimiento Al Socialismo necesita oxigenarse y un cambio generacional urgente. La figura del caudillo es negativa no sólo porque bloquea el surgimiento de nuevos líderes e impide la necesaria renovación del sistema político nacional, sino también porque sacrifica la institucionalidad, las reglas democráticas y condena a las nuevas generaciones a estar gobernadas por mentalidades del siglo XX. Los partidos políticos necesitan reivindicar su condición de intermediarios entre la sociedad civil y el Estado.
El caudillo se obsesiona con la concentración del poder, y termina erosionando el sistema democrático, el pluralismo político, la independencia judicial, la transparencia de la cosa pública y facilita la corrupción, máxime cuanto el presidente del Estado ostenta la jefatura del partido en función de gobierno y de hecho se torna en el principio y el fin de la causa partidaria. Evo Morales puede erosionar al MAS, como en su momento ocurrió con UCS de Max Fernández, Condepa de Carlos Palenque, ADN de Hugo Bánzer y el histórico MNR de Víctor Paz, Hernán Siles, Walter Guevara, Juan Lechín, etc. Todos estos caudillos y partidos se consideraban “imprescindibles”, que habían llegado para quedarse, se autocalificaban la reserva “moral de la humanidad”, etc.
El MAS viene repitiendo las prácticas de los partidos y líderes de la vieja política que tanto criticó. Aquí la situación ha sido mucho más crítica habida cuenta de que no se permitía “librepensantes” y a quién intentaba hacerle sombra al “jefe” o cuestionaba su liderazgo lo echaban con ignominia y se convertía en un traidor del movimiento, vendepatria, etc. Luis Arce puede pasar a esta categoría muy pronto.
El caudillismo se encarga en realidad no solo de bloquear la renovación de los cuadros partidarios, sino también de generar las condiciones para que florezca y se institucionalice la corrupción política. Mientras no se erradique este viejo sistema político (presidencialista, autoritario y caudillista) y su pesada carga ideológica y cultural, la salud democrática e institucional del Estado dependerá de caudillos.
Sin embargo, el eterno líder no solamente alimenta la corrupción y liquida las instituciones democráticas, sino igualmente termina liquidando su propio liderazgo y a su partido político y al estamento social que lo sustenta. Esta liquidación del caudillo y su aparato político viene como consecuencia de que, como el partido político no es democrático, el caudillo no permite que en su interior haya nuevos liderazgos que continúen al frente —en este caso— de la gestión de gobierno.
En esta trampa ha caído el MAS, al extremo de que este partido político, y en buena medida la suerte de la democracia, depende y mucho de Evo Morales y así lo reconocen sus seguidores y por eso han buscado y seguirán buscando su reelección. Y lo peor es que mientras la existencia y proyección del MAS dependa de Evo Morales, la oposición política tiene el mismo problema, pero por falta de un proyecto de unidad y de visión de país, de los otros caudillos.
El “proceso de cambio” que enarbolan los gobiernos del MAS no ha cambiado nada la centenaria organización “colonial”, “centralista” y “presidencialista” del Órgano Ejecutivo, donde la figura del presidente encarna el poder total e impone su voluntad (Evo Morales se confesó: “yo le meto nomás, aunque sea ilegal y después que vengan y arreglen los abogados”).
El caudillismo constituye una funesta herencia para las nuevas generaciones no solo porque les impide ser elegidas, acceder al poder y disfrutar de las generosidades del sistema democrático, sintonizarse con los adelantos tecnológicos y las nuevas tendencias universales, sino también porque vulnera una serie de valores y principios imprescindibles para la convivencia ciudadana.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ