Por qué Cuba nos importa
El 11 de julio se cumplió el 2º aniversario de las protestas de la ciudadanía cubana que salió a las calles para reclamar por la extrema opresión y miseria, resultado del modelo aplicado desde 1959. La respuesta de los detentadores del poder fue más y más represión, llegando el número de presos políticos en junio pasado a 1.057, como lo confirma la ONG Prisoners Defenders.
Ni fue la primera ni será la última protesta. Dentro de todo ser humano está sembrada la libertad que puede —o no— germinar, provocando un efecto de atracción entre quienes vencen el miedo y emprenden la lucha, con todas sus consecuencias. Que aflore y crezca o no dependerá de las “circunstancias”, maraña de disímiles factores. Compleja realidad. Aterradora por las reiteradas constataciones de que la violencia de las dictaduras no tiene límites y el atrevimiento de enfrentarla puede ser muy caro. Esperanzadora porque la lucha sin violencia, de las personas desvalidas ante el poder abusivo, es un camino con llegada cierta, aunque demore.
¿Por qué dedicar el tiempo a Cuba, cuando en Bolivia existen tantos problemas y de mucha gravedad? Basta repasar los titulares de los pocos periódicos independientes que quedan o sumergirse en la vorágine de información circulando en las redes sociales: Amparo Carvajal, en peligro de muerte ante el atropello del régimen a la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos y la incapacidad de reacción ciudadana solidaria efectiva; declaraciones de masistas que tiran por tierra la versión de golpe y ratificación de condena contra Jeanine Áñez; procesos infundados y detención contra Soledad Chapetón; las pruebas del latrocinio con la danza de los millones del programa que cambiaba y cumplía y lo único que cambió fue la cartera de algunos amigotes del régimen que cumplieron sus sueños; el broche de oro del sainete judicial suspendiendo las elecciones para dejar de aparentar finalmente que queda algo de institucionalidad; la conversión de Bolivia en intermediario del gas argentino al mercado brasileño porque el gas nuestro y el dinero que rindió, se hicieron gas; la minería ilegal y la contaminación criminal con mercurio; la entrega del litio a chinos y rusos; el aumento de la violencia y del crimen Y podríamos seguir y seguir. ¿Por qué Cuba nos importa?
Pues, porque la dictadura cubana es la madre del cordero, es el muro de Berlín de Latinoamérica, y debe ser derribado. Cuanto antes, mejor. Mi combinado perfil de estudiante de derecho en ejercicio docente que se hace preguntas en carrera para encontrarles respuestas parciales y provisionales, de demócrata dispuesta a luchar por la libertad desde la teoría y la práctica, sumergida en libros y redes, en escucha y diálogo con protagonistas directos, me da certeza de que la dictadura cubana ha estado presente en el desarrollo de la historia de Latinoamérica desde 1959, actuando en las sombras y en función de su estrategia de dominación, inherente a otras más amplias. Tanto durante aquellos años de la apuesta a la vía armada, a los movimientos guerrilleros, como desde su viraje hacia la toma de las democracias burguesas para destruirlas, todo a través de los llamados “foros”, de San Pablo primero y de Puebla después. En síntesis, es parte fundamental de nuestros problemas.
Aseveración sin vueltas ni medias tintas. Sin embargo, es de extrañar en la visión y discurso de políticos ubicados en la vereda democrática la incorporación de la cuestión cubana y, desde ella, la consideración del conflicto civilizatorio que caracteriza a nuestro mundo, manifestado objetiva y dramáticamente en la invasión rusa a Ucrania. A ellos hay que reclamarles que asuman la complejidad de la realidad y abandonen su mirada incompleta y fragmentada de ella.
Ni qué decir de académicos y activistas que temen ser calificados de “derechistas”, porque en buenas cuentas todavía el muro ese está instalado en sus cerebros. Como dice el jurista e historiador cubano Armando Chaguaceda en su artículo El conservador revolucionario, publicado en La Razón de México, el 22/03/2021: “Buena parte del pensamiento y activismo de nuestra región sigue presa de esas taras y chantajes. Encarnan la hegemonía —simbólica, política, teórica, afectiva— de una generación castrista, dentro de la izquierda latinoamericana. Con sus manifiestos vocales contra el mismo “Imperialismo” cuyo pollo, arroz, café y jabones surten las alacenas de Cuba. Con esa ceguera que les impide ver, en la isla, problemas y reclamos análogos a los de sus países. Como si los cubanos fuesen, antropológicamente, seres extraños. Venidos de otra galaxia”.
A todos ellos les dedico las palabras de Pavel Giroud, premiado por su documental El caso Padilla: “Y por eso yo, a todos los que votaron por nuestra película les quiero agradecer en nombre de los cubanos hartos de la situación de que nuestro país sea un parque temático de una ideología o de una utopía y de que el dolor de los cubanos no tenga la misma fuerza que el de otras naciones que han padecido”.
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