Los monumentos de la corrupción
Los monumentos tienen un papel fundamental en la vida de las personas. Imponen presencia física que trasciende los cortos tiempos de vida. Están ahí como eternos y, de alguna manera, impactan sobre los pensamientos de la población, sobre su vida, internándose en lo más profundo. Por ello, los monumentos tienen mucho que ver con esa idea de los humanos de querer no ser borrados por el tiempo y la historia o que la historia haga su presencia en nuestra vida.
Sin embargo, más allá de su sentido interno, representan también una época, un símbolo de distintas formas de ver, pensar y actuar sobre el mundo. Son la materialización de un tiempo. Pero no pensemos en los monumentos solo como construcciones planificadas por los humanos y diseñadas artísticamente, los monumentos también pueden nacer como producto de construcciones fallidas, fenómenos naturales o recordatorios de cuanto nuestra sociedad pensó, vivió y analizó su época. En resumen, los monumentos siempre van a representar algo, y en parte trasladan la esencia de su época a tiempos posteriores.
Los párrafos anteriores, son los que se me ocurren cuando veo las obras inconclusas, mal construidas que existen en nuestras ciudades: puentes caídos, hospitales e infraestructura mal diseñada y sin funcionamiento, obras innecesarias y elefantes blancos. Y así, todos esos monumentos conviven con los bolivianos en su día a día, representando la podredumbre del sistema político y de los actores políticos nacionales.
Son tan parte nuestra, que ya no nos sorprenden, hemos aprendido a vivir con ellos. Así como hemos aprendido a convivir con la corrupción que representan, y verla como una parte de la política o una escuela para futuros emprendimientos personales. La corrupción nos ha condenado a ser un país con bajos niveles de desarrollo y en vez de mejorar, parece que se complejiza cada vez más. Y estos monumentos —puentes caídos, hospitales de niños mal construidos, museos en pueblos alejados, fabricas improductivas, coliseos que se caen— representan ello. Son nuestros monumentos a la corrupción lo profundo y real con lo que convivimos en Bolivia, llamemos como lo llamemos.
Los monumentos, por tanto, son parte de nuestra esencia y cultura, representan cómo es la sociedad boliviana. Para que haya un gobierno corrupto debe haber electores que voten por él, y si la democracia representativa, implica que por el personaje que yo voto me representa, hay que asumir también que sus obras y corrupción también representan la corrupción de uno mismo.
¿Una sociedad que vota por corruptos, puede no ser corrupta? ¿existirá gente buena que vota honestamente y es engañada por una elite política de derecha o izquierda que administra el poder solo para saquear? ¿Podrá el país, salir alguna vez de la trampa de la corrupción a la que parecemos condenados desde nuestra fundación? ¿Todos los citadinos se bañarán a diario en invierno y no serán flojos?
Columnas de CÉSAR AUGUSTO CAMACHO SOLIZ