Los dictadores no hablan
El conocido periodista Jorge Ramos se propuso, en 2019, entrevistar a Nicolás Maduro y apenas comenzó la conversación, previamente acordada, no solo que el dictador interrumpió el trabajo periodístico sino también secuestró el material y ordenó detener al comunicador y a su equipo. Toda esta odisea, Jorge Ramos la ha convertido en un libro: 17 minutos; entrevista con el dictador, donde cuenta todos los detalles, previos y posteriores, de la abortada entrevista, y cómo salió escapando de Caracas.
Los hombres fuertes no hablan… hasta que quieren o tienen que hacerlo. Las entrevistas son como toda relación: para que funcionen, las dos partes tienen que quererla y las dos partes deben creer que les va a beneficiar. Maduro, claramente, necesitaba una entrevista a nivel internacional para hacer conocer sus puntos de vista sobre la situación de Venezuela. Pero los dictadores, los caudillos, los autoritarios, los que tienen más poder del que les asigna una Constitución y los que acumulan puestos y fuerzas que no les corresponden, suelen ser muy cautos al hablar en público o dar entrevistas. La verdad es que no las necesitan porque si tienen algo que comunicar basta con utilizar los medios de comunicación del Estado para enviar sus mensajes y sin que nadie los cuestione.
Jorge Ramos tenía muy claro que no podía dejarlo hablar mucho desde el principio, porque si lo hacía iba a perder el control de la entrevista y del poco tiempo asignado. Contaba solo 30 preciosos minutos y quería que fuese una conversación fluida, con intercambios rápidos, pero no debía ser una tribuna para el dictador. En general, las autoridades que son poderosas no están acostumbradas a que les interrumpan y suelen hablar hasta que se cansan.
La estrategia era sacarlo de su zona de confort y confrontarlo con datos, hechos y cifras que abundan sobre el fallido Estado venezolano. El periodista se había propuesto evitar una entrevista suave y complaciente con quien es responsable de fraudes, muertes y delitos de lesa humanidad. Los reporteros deben cuestionar a los que tienen el poder, y habría sido una gigantesca incongruencia suya que, ante la oportunidad de entrevistar a un dictador, no se atreviera a hacerle preguntas difíciles.
La entrevista fue planificada con mucha anticipación, e incluyó la búsqueda de la mayor cantidad posible de información política: lista de los 402 presos políticos de ese momento y los abusos del régimen. También consultó con periodistas venezolanos porque era consciente de que cuando se trata de hablar con alguien poderoso no se puede ceder ni un milímetro, porque de ahí se agarran y se echan a correr. El objetivo era tener el control de la entrevista, y determinar su contenido, el tipo de preguntas y el ritmo para contestarlas.
La primera pregunta determina el rumbo de la conversación y qué sello se le quiere poner. No se trata solo del contenido de lo que se pregunta y cómo se lo formula (preguntas abiertas o cerradas, cortas y puntuales o largas y en contexto, de actualidad o de principios), sino del ambiente y las condiciones que se crean para que el entrevistado conteste.
“¿Cómo lo llamo: presidente o dictador?”, fue la primera pregunta, e inmediatamente la tensión se disparó, en medio del nerviosismo reinante de los colaboradores y equipo de seguridad de Maduro (estaban en el Palacio de Miraflores). Maduro comienza diciendo a Jorge Ramos: “Tú eres opositor de derecha. No eres periodista. Eres de extrema derecha. Eres extranjero…”.
Jorge Ramos, que ha preguntado con igual rigor a poderosos de derecha y de izquierda, tuvo el coraje de enfrentar a Maduro en su propia casa, aunque a un alto costo personal. La entrevista censurada y confiscada se convirtió en una experiencia periodística que ha dado la vuelta al mundo y evidenció los rasgos dictatoriales de Nicolás Maduro y la falta de libertad y democracia en Venezuela.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ