La lucha por el poder
Vamos directo al grano: el revoltijo actual entre políticos, la confusión promovida y su consiguiente escándalo, es un campo abierto de lucha, entre quienes tienen “pega’’ y los que no la tienen, y la están buscando.
¿Acaso se nos ocurre pensar que se trata de una lucha ideológica, donde el ardor está en la discrepancia de la filosofía política? En las actuales circunstancias ¿de cuáles doctrinas se podría hablar?, lo que se escucha nombrar hasta el hartazgo es “el proceso de cambio”, rezago de una posición pragmática cuya finalidad fue capturar los poderes del Estado. La sinceridad histórica nos lleva a reconocer que ese objetivo ha sido cumplido.
Hablar del “poder” como tal, resulta versión antigua, porque si vemos los sucesos de cada día, el interés en juego implica tener acceso a las arcas fiscales, disponer de empleos, ser dueños de la burocracia y socapar la cleptocracia.
Ocurre que desde hace algunos meses, después de intentos fallidos para cambiar ministros, los facciosos hicieron más clara su afrenta, y desde entonces tienen distraída a la opinión pública con acusaciones mutuas, conformando dos bandos, cada uno con su respectivo alias. De tal manera están las cosas, que habiendo sigla oficial en el gobierno, son por un lado oficialismo, y por otro, oposición, llegando al colmo que, sumando fuerzas ambos, censuraron a un ministro, ¡qué paradoja!
Hay mucho de visceral en esta situación, se nota en la verbosidad pretenciosa. Sin embargo, no llega a ser convincente la farándula y el bullicio es la creencia común que en cualquier momento se redistribuyen las “pegas” y amaina el conflicto.
Al ciudadano normal le preocupan otras cosas: la producción, el empleo, el comercio, la disponibilidad de dólares, la inflación, la seguridad patrimonial, la tranquilidad psicológica, la salud y el bienestar. De todo esto deben dar cuenta y razón los responsables de la administración del aparato estatal, desde el nivel del Órgano Ejecutivo, hasta las gobernaciones y las alcaldías, donde como escribió Miguel Cervantes “se están cociendo habas” y vaya que están bien calderadas.
Decir que el alboroto cotidiano es lucha por el poder es benigno; sin duda que hay mucha verdad, pero es más bien un disfraz, el enfrentamiento real es por el dinero. Augurios no son deseos, pero se está viendo, que tal desbarajuste puede continuar; y para que no suceda, la palabra es popular, es ciudadana: que los senadores y diputados legislen, y fiscalicen la gestión del país, que los ministros de Estado extremen sus esfuerzos, que sean eficientes a tiempo completo, siembren ilusión y esperanza entre los bolivianos; con jueces probos habrá justicia.
Somos padres, hijos y hermanos, sintiendo el latir de la vida a cada instante: trabajando, estudiando, educando, con suficiente merecimiento para el placentero descanso, sin el agobio de escuchar (en esto la televisión tiene mucho que proponer) solamente malas noticias.
Ciertamente que la democracia no es solamente votar, democracia es aprobar, cuestionar, o reprobar la gestión gubernamental, lo que por ahora es difícil, pues quien lo hace, pasa a ser enemigo del “proceso de cambio.” ¡Falacia! Todo obedece a un libreto ladinamente urdido, precisamente para debilitar la libertad de expresión.
Fue en democracia precisamente que se eligió al actual Gobierno (es de reconocer que no le han tocado buenos tiempos), pero además, está siendo desacreditado por sus propios militantes que, enemistados, echan tierra, lodo y destruyen, cuanto de bien (algo tiene que haber) estuviera haciendo, o intentando hacer, el presidente de Bolivia y sus ministros.
El autor es periodista
Columnas de MARIO MALPARTIDA