Liberalismo, ¿el gato o la liebre?
Frente al inocultable fracaso del modelo económico vigente, son crecientes las voces que plantean recuperar las ideas económicas liberales, como la base conceptual de una nueva propuesta. Pero las ideas liberales abarcan hoy desde extremos dogmáticos de una derecha ultraconservadora “a la Milei”, hasta ideas progresistas orientadas al desarrollo sostenible.
Es pues posible que quienes apoyen ideas liberales como la alternativa para superar los severos problemas de pobreza, desigualdad y deterioro ambiental, por falta de precisión en el tipo de liberalismo al que apuntan esas opciones, terminen recibiendo “gato por liebre”.
Desde hace más de 30 años postulamos una economía “de y para la gente”, en la que el origen del crecimiento son la creatividad y el esfuerzo humanos, y los hogares —no el Estado ni los dueños del capital— son los destinatarios de los beneficios del crecimiento. Eso implica concebir un modelo que incentive y premie la iniciativa privada, en un Estado con suficiente fortaleza institucional para controlar las tendencias a la anomia, exacerbada por estrategias para fidelizar el apoyo político del corporativismo y el mercantilismo rentista que ha configurado la economía actual con un 90% de informalidad, económica y laboral.
Con este desafío en mente, hace un par de días leí en The New Yorker, el artículo de Louis Menand The rise and fall of neoliberalism (El ascenso y la caída del neoliberalismo). Menand es un respetado crítico, ensayista y profesor estadounidense que ganó el premio Pulitzer (2002) por su libro de historia intelectual y cultural de Estados Unidos. Cito a continuación, del artículo de Menand, las nítidas diferencias entre los enfoques liberales que yo clasifico como los liberalismos “liebre y gato”.
La liebre: Dice Menand que, desde los años 1930, el término “liberal” fue apropiado por políticos como Franklin D. Roosevelt y llegó a representar paquetes de políticas como el New Deal y, más tarde, la Gran Sociedad. Los liberales eran personas que creían en la pertinencia de usar el Gobierno para regular los negocios y proporcionar bienes públicos: educación, vivienda, presas y carreteras, pensiones de jubilación, atención médica, bienestar, etc. En ese modelo, la negociación salarial colectiva aseguraría que los trabajadores tengan el ingreso para que pudieran pagar por los bienes que la economía estaba produciendo.
Esos liberales no se oponían al capitalismo ni a la empresa privada. Por el contrario, creían que, buenos programas gubernamentales y sindicatos fuertes, hacían a las economías capitalistas más productivas y equitativas. Querían salvar al capitalismo de sus propios fracasos y excesos, y dieron paso al período (1945-1970) de más alto crecimiento con la mayor reducción efectiva de la desigualdad.
El gato: Menand anota que el “neoliberalismo” es la reacción contra el liberalismo de los años 1930. Los neoliberales creen que el Estado debe desempeñar un papel menor en la gestión económica y en satisfacer las necesidades públicas, y se oponen a todo obstáculo al libre intercambio de bienes y de mano de obra. La etiqueta “neoliberal” se aplica a una variedad de especies políticas, desde quienes piensan que hay que sacar a planificadores y a políticos del camino para dejar que los mercados encuentren las soluciones, hasta libertarios programáticamente antigubernamentales.
Como eje del mensaje neoliberal, está el “gran mito” que las libertades económicas y políticas son indivisibles. Cualquier restricción en la primera, es una amenaza para la segunda. La noción de unir libertad económica a la libertad política, o la libertad corporativa a la libertad personal, son “principios bíblicos” del fundamentalismo de mercado de Friedrich Hayek y de Milton Friedman.
Este último, en particular, argumenta a favor de la privatización, y del libre mercado como sistema de precios que alinea la oferta y la demanda y asigna, a los bienes y servicios, su precio apropiado. Estas políticas se aplicaron desde los años 1970-80 creyendo que liberar los mercados aumenta la productividad, la competencia, y reduce los precios, porque los mercados se regulan a sí mismos de manera más eficiente que los administrados.
¿Qué generó el neoliberalismo? En el lado positivo, Menand destaca que nuevas partes del mundo, Asia Oriental y Meridional especialmente, son ahora actores económicos muy importantes; y que el conocimiento tecnológico ya no es monopolio de las potencias del Primer Mundo.
Entre los pasivos, Menand apunta al cambio climático, acelerado por el desenfrenado consumismo neoliberal. La desregulación, que se suponía estimularía la competencia, ha acentuado monopolios: en EEUU, tres compañías proporcionan 99% del servicio inalámbrico, seis controlan los medios de comunicación, y de las 12 empresas más valiosas del mundo —ocho de las cuales son empresas tecnológicas—, todas son monopolios o cuasi monopolios. El patrimonio del millón de personas más ricas, supera ampliamente el acumulado de los casi 300 millones restantes; y un millón de personas vive, literalmente, en las calles.
Cierro con mis conclusiones. En el liberalismo gato, “el Estado que no debería existir”, cuida que los peces grandes concentren el capital tragando cada vez más peces pequeños, y acentúa la desigualdad, que ahora está en todas partes. El aumento de la desigualdad a nivel global es la amenaza más inmediata.
En Bolivia, a pesar del modelo “anticapitalista”, desde 2008 el patrimonio de los bancos (50 familias) creció de ser el doble, a ser cinco veces más que los pagos anuales totales en bonos sociales (para cinco millones de personas); para ocultar su incapacidad estructural de generar el empleo digno que garantiza la Constitución Política del Estado, bajo el eufemismo de “emprendedurismo”, la economía extractivo-mercantil-rentista —ocaso del neoliberalismo— elevó el cuentapropismo forzado del 60% al 90% de la PEA (población económicamente activa).
Decididamente no, no quiero que me den gato por liebre.
El autor, Ph.D., es investigador en desarrollo productivo
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