Agosto místico
Debo decir que llegué tarde el día de la distribución de supersticiones primitivas. No sé cómo sucedió. Quizás me quedé dormido o tomé el bus equivocado.
Comprenderán que esta carencia es complicada en nuestro amado país y especialmente en agosto, mes que, me cuentan, es especialmente propicio para el neopaganismo descafeinado a la moda. De pronto, hay algo que me distancia de mis semejantes, una brecha que me cuesta superar y que da lugar a momentos incómodos.
El otro día me pongo a conversar con una amiga que de la nada me habla de agosto como de un mes especial. Y claro, como no me he enterado del libreto social, le digo que sí, que este mes lleva ese nombre en honor al gran emperador Cayo Octavio, conocido como Augusto (a quien le debemos más cosas que a Wayna Kapaj, por cierto).
Pero no. Me habla de rituales que, oh sorpresa, sirven para la prosperidad y la felicidad. La idea es quemar hierbas “para que le vaya bien”. Y claro, como no tengo idea de qué conviene decir en estos casos, me animo a sugerirle que quizás debería gastar menos en tonterías inútiles, invertir más en educarse y ahorrar un poquito más. O debería esforzarse por un cambio interior, antes que esperar que la magia transforme la realidad.
No lo tomó muy bien. Parece que en Bolivia pueden robarnos elecciones o el dinero para hospitales y escuelas, pero las supersticiones son sagradas.
Al año trataré de estudiar un poco más el asunto para ver qué conviene decir en estas circunstancias. En una de esas hasta acabo recomendando alguna marca de hierba para quemar o algún chamán barato y eficaz.
Por lo pronto, ¿no hay nadie que quiera reunirse para conversar sobre el emperador Augusto? De verdad era un gran personaje.
Columnas de ERNESTO BASCOPÉ