Mueren los peces, muere La Angostura
En las últimas semanas hemos visto la muerte de los peces en la represa de La Angostura. La escena se repitió varios días y dio lugar a la realización de estudios para averiguar qué pasa en esta laguna, qué mata a las sardinitas, de dónde proviene está contaminación y sus efectos.
A partir de entonces el interés dejó de ser en la suspensión del riego por el bajo nivel: 1,10 metros.
Hace buen tiempo que este lugar ya no es sólo un reservorio de agua para la producción agrícola de vastas extensiones. Se ha convertido en un sitio conveniente y lucrativo para el turismo, para la gastronomía, para el negocio inmobiliario, para la pesca, para dar y dar, sin recibir el cuidado necesario para la preservación de su ecosistema, uno de los más antiguos creados en el país gracias a una obra de ingeniería que apuntaba originalmente a mejorar la vida de los agricultores de los valles central, alto y bajo de Cochabamba.
Ahora, en La Angostura tal vez no sólo se mueren los peces, también se debilita el dique y las compuertas que sirven, desde hace casi 80 años a retener el agua que contribuyó durante décadas a mantener a Cochabamba como el granero de Bolivia.
El lugar sufre ahora por la sequía y porque más de media docena de embalses aledaños. No es lo único que afecta a La Angostura, sobre ella se cierne la amenaza del daño creciente que soporta por la proliferación de actividades náuticas, asentamientos sin servicios y por la falta de plantas de tratamiento.
Es inevitable preguntar: Si la represa tiene o no derechos, en lo ambiental es un espacio de vida, es un hábitat, es un sitio para preservarse. Las medidas para protegerla no sólo deben ser restrictivas, sino integrales, con perspectivas de largo plazo, eficientes y concertadas para evitar que La Angostura se convierta en un gran charco de contaminación sin ninguno de los atractivos que hoy la favorecen.
Columnas de KATIUSKA VÁSQUEZ