Salve, ¡oh patria!
Te saludo Bolivia, donde nací, crecí y pertenezco. Bolivia, donde mis antecesores dejaron sus restos después de agotar sus vidas con decoro y decencia. Bolivia, donde también quiero que las cenizas mías sean esparcidas en el rincón patrio en que exhale mi postrero suspiro, ojalá en un espacio verde sobreviviente a los embates criminales de los chaqueos y la contaminación del suelo y el agua hasta con venenoso mercurio. Ojalá lejos de la violencia sin escrúpulos ni límites instalada por el circuito de la delincuencia transnacional en cuyas manos se encuentran los hilos del poder que nos oprime.
Te saludo Bolivia, rememorando el curso de la lucha emancipatoria cuyo primer grito resonó en Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 al influjo de las ideas y las palabras de los dirigentes de la independencia formados en la Academia Carolina desde 1776; comprendiendo que la demora en la culminación del proceso entonces desatado encuentra su razón en el coloso de plata, el Sumac Orcko, vientre materno de la modernidad, la más preciada joya en disputa entre la Corona y las fuerzas libertadoras, y entre estas últimas también. Sí, el Cerro Rico de Potosí, piedra fundacional de Bolivia, a cuyos pies nací.
Te saludo Bolivia, recordando los levantamientos indígenas del siglo XVIII y las guerrillas y sus republiquetas ya en el XIX dejando su impronta en el camino sobre el cual cabalgaron los padres fundadores, Bolívar, Sucre y Santa Cruz. Traigo a la memoria el certificado de tu nacimiento, el Acta de la Independencia dictada por la Asamblea General Deliberante reunida desde el 10 de julio de 1825, reconociendo en Casimiro Olañeta y José María Serrano a los promotores de tu fundación como república autónoma respecto del virreinato de La Plata y de la naciente república del Perú.
Aplico una mirada de largo alcance en la retrospectiva, de 360 grados, vislumbrando los nombres de indígenas, mestizos, criollos y hasta europeos, cuentas multicolores del collar de contribuciones al resultado independentista. Todos humanos, ni infalibles ni inmortales; con sus grandezas y sus miserias. Como nosotros.
Te saludo Bolivia negándome a persistir en el recuento exclusivo de las derrotas miles de veces relatadas desde una victimización liquidadora de autoestima, semilla de pesimismo irremediable que condena al eximirnos de la parte de responsabilidad que nos toca en nuestro devenir histórico. Versiones incompletas y falsarias que hemos creído a pie juntillas durante décadas de lamentaciones, sea por la pérdida de un litoral que nunca pudo ni podría ser aprovechado por sus obstáculos geotopográficos hasta el punto de haber sido siempre Arica el puerto usado, sea porque olvidamos que no había un mapa oficial del Chaco que sostuviera la posición de Paraguay o la nuestra, sea porque olvidamos que en algunos casos la vía diplomática para la solución de conflictos limítrofes jugó a nuestros intereses.
Te saludo Bolivia levantando inventario de los ladrillos trabajosamente apilados desde 1825 en los afanes de erigir tu institucionalidad según normativa inspirada en los enfoques más adelantados. Desde los Códigos Santa Cruz, pasando por la legislación social de avanzada, incluyendo Constitución y normativa laboral, el voto universal y la reforma educativa de 1952, la suscripción de los pactos y tratados internacionales en materia de derechos humanos, el reconocimiento de la diversidad como valor fundante de la inclusión política, económica y social de los indígenas, la profundización de la democracia mediante reformas constitucionales que hicieron del texto de 1994 uno de los referentes en el contexto latinoamericano, el énfasis en la democratización del poder con la ley de participación popular y de la riqueza con la de capitalización, el perfeccionamiento de la legislación penal al influjo del garantismo, hasta 2009.
Te saludo Bolivia valorando el rol de cientos de líderes, ciudadanos de primera, que se jugaron en esa ruta intrincada de construirte como nuestro hogar, con igualdad en dignidad por encima de las diferencias, como autoridades y funcionarios públicos que desempeñaron su rol como servicio; como empresarios que conjugaron sus intereses con el desafío de hacer país de verdad, única forma de ser grandes; como dirigentes incorruptibles de las organizaciones cívicas y populares que preservaron la independencia de sus instituciones para garantizar a los intereses sociales.
Salve, ¡oh patria!, donde pertenezco no sólo por derecho sino porque así lo quiero desde la profundidad de mis sentires. Te saludo en estado de apronte ante las amenazas de los cabilderos de la confrontación que se suceden desde que decidieron con argucia quitarte tu calidad de res publica para convertirnos en foráneos a nosotros, paridos buenamente en esta patria, para facilitar su reinado de impostura, corrupción y terror.
Salve, ¡oh patria!, que eres y seguirás siendo mía, con la fuerza de la razón, la justicia y la verdad.
La autora es abogada
Columnas de GISELA DERPIC