Debate entre gitanos
Ha causado consternación el fallecimiento del abogado y periodista, Mario Rueda Peña, más conocido como el “Gato” Rueda, exministro de Estado y dirigente político. Fue varias veces ministro de informaciones, y era popular entre los periodistas porque se ponía a contar a las pocas personas que marchaban en aquellos años (1990) en la ciudad de La Paz. Eran los tiempos en que la dirigente del magisterio, Vilma Plata, y unos cuatro profesores se ponían en medio de la avenida Mariscal Santa Cruz y bloqueaban prácticamente toda la sede de gobierno.
El 9 de abril de 1991, el “Gato” Rueda participó en el famoso programa De Cerca, conducido por el entonces periodista Carlos D. Mesa. La idea del programa era abordar temas en profundidad, buscando esclarecer la posición del invitado sobre una determinada problemática o cuestión, y disponer de elementos de juicio para que el televidente pueda formar su propia opinión. Se trataba de un espacio de reflexión, conocimiento y recuento de los hechos de la historia contemporánea, que buscaba influir en la toma de decisiones y en un público dispuesto a encontrar en la TV algo más que show.
En contra del formato habitual, la entrevista se convirtió en un feroz debate político y fue motivo de estudios académicos sobre la comunicación televisiva, que comenzaba a dar sus primeros pasos.
Ni bien comenzó, el periodista invitado se apoderó del programa, poniendo en figurillas al experimentado conductor. Sin embargo, Carlos D. Mesa se destacaba en ese género que muy pocos cultivaban con acierto como era (en los años 80-90) la entrevista.
El “Gato” Rueda dejó escrito que Mesa era un hombre que investigaba y se preparaba cuidadosamente para someter a sus entrevistados a un interrogatorio preciso, y pertenecía a esa rara clase de periodistas que no solo preguntaba, sino interpretaba los hechos. Era un inquisidor cortés, pero implacable.
La estrategia de Mario Rueda fue convertir la entrevista periodística en debate político y dejar a Mesa sin control y prácticamente en el vacío. El invitado sabía que, en el plano de la conversación metódica, razonable y serena como se estilaba realizar la entrevista, Mesa podía derrotarlo con holgura. Por eso buscó sacarlo del terreno de la entrevista clásica, que aquel dominaba, para lanzarlo al ruedo desconcertante y espectacular del debate político encendido.
Se trataba de un diálogo entre periodistas donde todo estaba permitido. Alguien opinó que el programa, que inicialmente debía ser una entrevista, terminó siendo un show televiso en el que el entrevistado logró simplificar, ridiculizar y llevar al terreno de la discusión callejera temas importantes.
El propio Carlos D. Mesa reconoció que fue avasallado, que perdió los papeles como conductor, que estaba más nervioso que nunca, que fumó más de la cuenta, que entró en el juego del entrevistado que no lo dejó hablar y había intervenido en forma desproporcionada. Fue un invitado excepcional, sabía —teórica y prácticamente— cómo se manejaba el medio televisivo. Alteró las reglas del juego y usó a lo largo de todo el desarrollo de la movida conversación, los argumentos exactos para captar la atención y el interés de los televidentes.
El “Gato” Rueda no se ahorró agresividad, ironía, actitud displicente, gestos y convirtió el estudio de televisión en un escenario teatral al que no le ahorró el mejor repertorio gestual e histriónico. Mesa recuerda que cuando él hablaba, el entrevistado sonreía, se desabotonaba las mangas de la camisa, jugaba con sus lentes, estiraba una pierna y miraba detenidamente la punta de su zapato que movía de derecha a izquierda, hacía ademán de levantarse de la silla, extendía ambas manos levantadas para mostrar documentos, modulaba la voz alternadamente con énfasis muy fuertes casi amenazadores, o tono suave y a veces pocos audible.
Según los críticos, se trató de un espectáculo que fascinó al televidente, al realizador y a los camarógrafos, que no dejaron de mostrar ángulos especiales. El “Gato” Rueda impuso nuevos paradigmas y ese debate supuso un antes y un después en los programas de televisión.
Columnas de WILLIAM HERRERA ÁÑEZ