Milei, el Estado, los impuestos
El que aproximadamente un 30% de electores argentinos apuesten por Milei es un éxito extraordinario para ese pretendiente a la presidencia de su país, y está haciendo que se hable de él no solo dentro de las fronteras del Río de la Plata, sino en las más distintas geografías.
Un triunfo electoral de Milei en diciembre sería seguramente muy costoso y desagradable para el Gobierno de Bolivia, y podría (sin que eso signifique que se sienta simpatía por el del peinado al estilo de ==Lo que el viento se llevó) implicar un empujoncito para poder retomar una democracia menos defectuosa en nuestra patria.
Dicho de otra manera, es posible que el triunfo de Milei ayudaría a una derrota del masismo en las elecciones del año 2025, y eso son solo buenas noticias. Bolivia va a poder encaminarse cuando no esté gobernada por un partido que reniega de aspectos fundamentales de la democracia como la independencia de poderes y la alternancia.
Dicho esto, es obvio que no le deseo a Bolivia un Milei, y mucho menos al mundo. El libre mercado es el factor más importante para el progreso, y para el enriquecimiento de los países, y aunque parezca paradójico, también para la distribución de esa riqueza. Pero eso sí, esa riqueza se puede redistribuir fundamentalmente con un buen sistema de impuestos, es así como se puede estructurar una sociedad solidaria.
El bienestar de las personas menos afortunadas, de las personas de escasos ingresos, con deficiencias en su formación, no debe estar supeditado a la generosidad de quienes tienen la capacidad de comerse el mundo, sino a que los que tienen más compartan esa su fortuna, en forma ordenada y no exagerada, con los que no.
Decir que los impuestos son un robo o una forma de esclavitud es un exabrupto mayor, y para eso no necesitamos imaginarnos como sería el mundo o un país donde no se pagan impuestos, basta con ver a Bolivia, país que recauda muy pocos impuestos, donde la inmensa mayoría no tributa, unos por muy pobres otros por muy vivos, y otros porque se sienten desincentivados a pagarlos viendo a los muy vivos no pagar, o viendo a los del poder comprándose un avión de 38 millones de dólares. Los impuestos deben ser justos, no muy altos, y genuinamente equitativos, pero deben existir, es parte del contrato social.
Uno de los problemas serios de este país, que termina en un círculo vicioso, es precisamente esa especie de “mileismo” practicante a la andina, el Estado pobre y débil que no puede integrar a la mayoría de la gente, porque esta es tan pobre que no puede pagar impuestos y hacer un Estado más fuerte
En lo que tiene razón Milei es en que se puede ver al Estado como un enemigo, un caso casi pedestre, pero de enorme importancia, es la prohibición en Bolivia de importar coches usados, esto condena a los pobres a no tener carro, vale decir, casi a vivir como en el siglo XIX, o a comprar uno ilegal, pero al hacerlo, su propiedad no tiene las protecciones que le daría un Estado robusto y sano.
No porque el Estado está siendo mal manejado y deformado, no porque hay formas de Estado aberrantes que convierten a sus ciudadanos en prisioneros, se debe acabar con el Estado. Se lo debe modificar, se lo debe achicar, se lo debe hacer racional, y se deben tener las salvaguardas, para eso es una Constitución, para que los que detentan el poder no abusen de este ni quieran quedarse para siempre detentándolo.
Milei, haciendo campaña para ser presidente, no deja de creer en el Estado, aunque reniegue totalmente del Estado K (kirchnerista), y es posible que se haya convertido en una caricatura de sí mismo, su extremo histrionismo tal vez lo hace ver en algunos aspectos extremadamente irracional.
Milei debe ser combatido no porque esté en contra del aborto, ni porque quiera dolarizar la economía de la Argentina, sino porque no ha dado muestras de empatía hacia nadie. El mundo actual, y sí, el mundo occidental en primera línea, es mejor que antes, y posiblemente mejor que el resto, por estructurar una cadena de solidaridad con los más pobres, con los menos afortunados, y de eso no se le ha escuchado una palabra al campeón libertario.
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ