¡Amores perros!

Las rivalidades irreconciliables en la historia política de la humanidad no son una novedad, las hubo desde tiempos inmemorables hasta nuestros días; todos, o casi todos, asociados a la gloria y a la infamia más vil y deleznable.

Alejandro y Darío, Enrique VIII y Tomás Moro, Escipión y Aníbal, Octavio y Antonio y Cleopatra, Alejandro I y Napoleón, Stalin y Trotski, Churchill y Hitler, Bush Padre y Sadam Husein, Gorvachov y Yeltsin, por señalar algunos, acaso los más profundamente políticos e ideológicos que supuso claramente una irrenunciable rivalidad entre sus conceptos, sus discursos y sus acciones.

Sin embargo y a contrapelo de sus diferencias, prevalecía un cierto código ético, de respeto y sobre todo de convicción.

En Latinoamérica, las rivalidades políticas las podríamos calificar como verdaderos amores perros, casi un oxímoron traído de los cabellos a fuerza de darle un tris de decoro.

A la criolla, los amores perros en esta parte del mundo siempre desembocaron y desembocan en una patanería, infamia y fiasco que da asco.

En Colombia, Álvaro Uribe y su delfín, Juan Manuel Santos, pasaron, como por arte de magia, de los arrumacos al enfrentamiento personal y las diferencias ideológicas más irreconciliables en cuestión de meses.

Santos amasó un populismo político a la sombra de su proceso de paz mal dibujado y ejecutado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).

Uribe se convirtió en su censor más duro y frontal, cuestionó con mucho las negociaciones en La Habana con los cabecillas del grupo subversivo y hasta dijo que Santos era el único de su Gobierno que debería estar en la cárcel. Al final todo terminó mal, Uribe y Santos quedaron como enemigos irresueltos.

En Ecuador, la cosa se puso color hormiga. El energúmeno Rafael Correa y su pupilo, criado con amor y decoro, Lenín Moreno, dormían en la misma cama política, sin sospechar los sobresaltos y las pesadillas a futuro.

Durante seis años, Lenínn fue vicepresidente de Correa y su máximo aliado en su proyecto llamado “revolución ciudadana y el tristemente célebre, “socialismo del siglo XXI”. Hasta que el camarada Moreno pasó a heredar la presidencia y entonces se convirtió en el “farsante, traidor y dictador” que hizo añicos las esperanzas de Rafaelito de poder retornar al trono sagrado de la tiranía.

En Argentina pasó algo similar, con un toque surreal, claro está. Cristina nombró a Alberto Fernández como su sucesor y ujier de su trono. Los buenos aires perduraron durante un buen tiempo. Entre demagogia, corrupción, pandemia, privilegios, delincuencia y populismo, llegaron las elecciones legislativas en 2021 y entonces se vino la hecatombe. La coalición “Frente de Todos”, de Alberto Fernández, perdió la mayoría en el Senado y se quedó sin el control del Congreso. Desde entonces, las miradas de amor entre Cris y Albert, que otrora inspiraban a seguir votando y creyendo en el peronismo estúpidamente, jamás volvieron a ser las mismas. La fractura del idilio de los “Fer”, era evidente.

El pasado 13 de agosto, Argentina sintió muy buenos aires. ¿Qué pasó en las elecciones PASO 2023?

“Unión por la Patria”, “reencauchado”, con el aval del presidente Alberto Fernández y Cristina como vicepresidenta, ocupó el tercer lugar. Este pequeño pero gran detalle terminó por romper la luna de miel y dejar nula la posibilidad de retornar al “ring de las cuatro perillas” de la política y del poder.

¡Fin de los amores perros, con Sergio Massa incluido!

En Bolivia, las rivalidades políticas en el poder, o por el poder tuvieron matices varios. Desde los más inéditos hasta los más polémicos, ridículos y desastrosos.

La democracia pactada que, si bien en su tiempo histórico trajo gobernabilidad y viabilidad coyuntural, también supo desarrollar otras taras que llevaron a una gran crisis política. Es decir, los pactos no se los hacía en función de un universo ciudadano y de gobierno general, sino eran acuerdos entre “caballeros” y propietarios de los partidos que se reunían para definir los destinos del país, en privado y con un whisky en la mano.

Sin embargo y pese a un acuerdo formal entre partes, esa democracia pactada hacía inamovible al líder y al partido monolítico y no daban lugar a la creación de nuevas figuras políticas.

En el devenir, esas trampas fueron adquiriendo un nivel de especialización tal que el oscurantismo político se hizo presente. El masismo fue y es el Frankenstein de todo ese laboratorio político.

Evo Morales Ayma asume la presidencia el 22 de enero de 2006 con la plena convicción de eclipsar por completo los destinos de este país. El caudillismo se consolida y el Estado pasa a ser patio trasero del gobierno masista que hasta nuestros días lo tiene bajo su control.

El 8 de noviembre de 2020, el pupilo y exministro de economía de Morales, Luis Arce Catacora, es nombrado sucesor del jefazo o, cuando menos, es llamado a precautelar el trono, sumiso, flojito y cooperando hasta que le tocara, de nueva cuenta, el turno a Morales.

A dos años y medio de gobierno de Arce, el panorama es nefasto y oscuro. Tanto para el país, cuanto para la relación bilateral entre el “maestro” y el “pequeño saltamontes”.

¡Entre gitanos no nos vamos a leer la suerte! Reza el dicho popular que denota una complicidad oscura.

En Bolivia ese pensamiento tiene otra brillante variación relacionada con el poder político: ¡Entre p’ajpakus no nos vamos a delatar la trampa!

Aunque el combate azul eléctrico de los últimos tiempos parece haber tocado fondo. No se deje engañar, estimado lector.

Es parte del maqanakuy y el munanakuy del masismo más infrapolitiquero.

Esos no son amores perros, son amores perrísimos.

Es decir, aunque parezca un embuste, todas las acusaciones, insultos, peleas, sillazos, lak’asos, amenazas y demás degradaciones, en alguna fecha próxima al endiablado año electoral de 2025, se convertirán en alianzas perpetuas, en caricias, en olvido, en sonrisas, en abrazos y nuevamente volverán a ser uña y mugre, en pos de preservar el poder absoluto.  

En el entretiempo, uno se pregunta ¿Qué pasó con el brillante ministro de Economía?

¿En qué momento se jodió la alianza política que tenía como tarea principal consolidar el “proceso de cambio”?

¿Las trampas fueron más poderosas que las ideas y los proyectos nacionales?

¿Acaso hubo choque de rutas del narcotráfico?

Entre acusaciones de quién es más narcotraficante, o quién es más corrupto. El gobierno del desgobierno está cada vez más próximo al descalabro.

Lo curioso de todo este circo tercermundista es que entre Morales y Catacora no existen divergencias ideológicas, tampoco cuestionamientos programáticos. Todo está en paz y marcha sobre ruedas.

No está en debate el hecho de si ahora hay menos libertad de prensa o justica que antes.

No está en cuestión la democracia o la dependencia de los poderes del Estado del gobierno. Si así fuere, esta ch’ampa guerra sería auténtica y hasta justificable.

Pero como los pugilatos y el desmadre entre azules eléctricos y azules celestes son de carácter barrial, de pugnas, dominio e invasión de zonas de poder, es que la larga mecha de la dinamita va por otro lado.

El autor es comunicador social