La era del Chivo
Un español y un peruano escribieron, con envidiable talento, dos novelas fundamentales sobre República Dominicana. En Galíndez (1990) y La fiesta del Chivo (2000), Manuel Vázquez Montalbán y Mario Vargas Llosa retratan un país sometido a los caprichos del Chivo, Rafael Leónidas Trujillo Molina, inexplicable dueño y señor de la tierra, de las empresas públicas y privadas y hasta de las vidas de los habitantes de aquella humilde nación caribeña entre 1930 y 1961.
Responsable de más de 50.000 muertes, su tiranía —respaldada por EEUU durante la mayor parte del tiempo por su carácter anticomunista— se caracterizó por la represión brutal a cualquier intento de oposición y por un culto a la personalidad que llegó a extremos patéticos: además de ser nombrado el primero de los dominicanos, benefactor de la patria, padre de la patria nueva y máximo libertador de América desde los tiempos de Bolívar, Trujillo fue considerado por los rastreros de la época la reencarnación de Jesús de Nazaret.
El Chivo era implacable con cualquiera que osara criticar a su régimen o censurara el comportamiento avasallador de sus familiares. Sin perder el tiempo con procedimientos legales, lo mandaba a secuestrar y echar como a una bolsa de huesos en calabozos a cargo del temible Servicio de Inteligencia, donde unas bestias de ojos vidriosos y sin fondo lo desgarraban lenta y sádicamente antes de llevarlo al muelle y lanzarlo a los tiburones. Esa suerte perra corrió Jesús Galíndez, escritor, jurista, profesor y político español —miembro del Partido Nacionalista Vasco— que escapó de la dictadura de Francisco Franco y se exiló en República Dominicana durante la Segunda Guerra Mundial, donde además de docente y asesor en el Departamento de Trabajo fue, a regañadientes, colaborador del FBI.
Durante su estancia fue cauto al opinar sobre la política interna de un régimen que aborrecía, pero aprovechó sus cargos para recopilar documentación sobre la dictadura. Abandonó el país caribeño en 1946, cuando se estrecharon los lazos entre Trujillo y Franco, camaradería retratada por la prensa en la visita del Chivo a España, donde desfiló, ante la mirada burlona de los ministros del Caudillo, con un caricaturesco bicornio con entorchados de oro y plumajes de guacamayo sobre la cabeza.
En Nueva York trabajó como miembro de la delegación vasca ante la ONU y como docente en la prestigiosa Universidad de Columbia, donde fue aceptada su tesis doctoral titulada “La era de Trujillo: un estudio casuístico de dictadura hispanoamericana”. El Chivo, a través de sus múltiples infiltrados y poderosos contactos, consiguió el texto antes de su publicación y estalló en cólera al leer que el autor, además de denunciar sus innumerables excesos, afirmaba que Ramfis Trujillo —el hijo consentido a quien había nombrado coronel a sus cinco años y general a sus nueve— no era su descendiente biológico.
En marzo del 56, con sorpresiva complicidad de varios políticos estadounidenses, funcionarios del FBI, la CIA y la policía, corrompidos por el régimen caribeño, Galíndez fue secuestrado de su departamento en el edificio 30 de la Quinta Avenida y trasladado en un avión privado a República Dominicana, donde los sicarios del dictador lo convirtieron en un puñado de mixtura que, se supone, luego regaron en el mar.
Su muerte y la de todos los testigos de su secuestro, incluido el piloto que condujo el avión, ensució aún más la imagen del Chivo ante la opinión pública y el gobierno de EEUU, que se había distanciado de él tras el atentado contra el presidente de Venezuela, Rómulo Bentacourt, el homicidio de las hermanas Mirabal y las aventuras del joven Ramfis, que gastaba el dinero de su país regalando vehículos y abrigos de visón a las estrellas de Hollywood. Una noche feliz de mayo del 61, la CIA apoyó tímidamente el asesinato del dictador, perpetrado valientemente por sus propios empleados en una oscura carretera, donde el vehículo que lo trasladaba recibió 60 impactos de bala.
Galíndez y La fiesta del Chivo son dos novelas vibrantes, basadas en una profunda investigación periodística y escritas con notable técnica, que reconstruyen un periodo de horror y posibilitan la reflexión en torno al abuso del poder y el valor de la resistencia.
El autor es arquitecto en Atelier Puro Humo
Columnas de DENNIS LEMA ANDRADE