Evo, el incordio permanente
Lo normal, en Bolivia, es la intensidad. Y lo apacible, la calma es lo anormal. El país pasa hoy por una “normalidad recargada”, diríamos. La coyuntura inmediata es la prematura disputa por la candidatura del MAS a las elecciones de 2025 entre Evo Morales y el presidente Luis Arce. Una parte importante de la sociedad boliviana está gastando cantidades insólitas de energía, tiempo y esfuerzo en una contienda que beneficiará directamente a sólo uno de ellos.
El aplazamiento de la facción de Morales del anunciado bloqueo nacional de caminos ha sido tomado como un hito en el declive definitivo de su estrella política. Esta apreciación ha sido hecha por algunos analistas serios y reproducida, sobre todo, por palurdos trolls arcistas en las redes. Sin embargo, en Bolivia, la política no conoce muertes definitivas. Víctor Paz, considerado políticamente muerto en 1964, luego cogobernó y presidió el país. Y Evo Morales está lejos de estar políticamente extinto.
De hecho, podemos rastrear el origen de la pelotera actual hasta un solo elemento: la adicción de Evo Morales por el poder perpetuo. Para ello cuenta con la ventaja de su disposición a dedicarle 24/7 a recuperar el poder, sin ninguna otra distracción en su vida. Hagamos un recuento.
Entre 2006, su año de ascenso a la presidencia, y 2009, tuvo dificultades para consolidar el poder. A tal punto que su inquieto avión no podía aterrizar en gran parte del país sin ser ahuyentado. Entre 2006 y 2009, con una Asamblea Constituyente mayoritaria y prácticas fascistas de amedrentamiento, Evo Morales y Álvaro García Linera estuvieron a punto de llevar a Bolivia a la guerra civil (de entonces datan los primeros gritos de “¡Ahora sí, guerra civil!”), con tal de forzar la reelección indefinida en las deliberaciones de la Asamblea Constituyente. De aquel tiempo datan también sus declaraciones en sentido de que no sería un “inquilino” del palacio de Gobierno y que su movimiento gobernaría “500 años”. Democracia y alternabilidad, mis polainas.
Con tres muertos y cerca de 300 heridos en La Calancha y un estancamiento en la beligerancia entre las posiciones del MAS y las fuerzas opositoras, y ante la inminencia de una escalada de violencia con consecuencias impredecibles, representantes de la ONU, de la Unión Europea y del Reino Unido mediaron un acuerdo en el cual Morales cedía la reelección, y la oposición a sus aspiraciones a las autonomías departamentales. Así fue aprobada la nueva Constitución, con un magro 61% en el referéndum. Magro, porque las constituciones suelen aprobarse con más del 90%.
Pasó el suficiente tiempo para que, tras el cumplimiento de sus funciones, los representantes de la ONU, de la UE y del Reino Unido se fueran del país, cuando a Morales y García Linera se les ocurrió que la repostulación/reelección seguía siendo una buena idea. Lanzaron su propuesta para el referéndum del 21 de febrero de 2016. A la oposición le preocupó porque el MAS había ganado casi todos los numerosos plebiscitos con la considerable ayuda de su opulento aparato de propaganda estatal. La ONU, la UE y el Reino Unido no apelaron contra esta violación del acuerdo de 2009 y, de hecho, nadie pareció recordarlo. A lo sumo, García Linera argumentó que este paso por encima del acuerdo de 2009 era un genial “movimiento envolvente”. Así, con el argumento garciamecista de “si el pueblo me lo pide, me quedaré nomás” y contra viento y marea, Morales y García Linera llevaron a cabo ese referéndum.
Y, ya se sabe, perdieron. Y a pesar de sus expresiones de que si perdían se irían, en los siguientes casi 44 meses Evo Morales utilizó a los cuatro poderes del Estado, al MAS y variopintos movimientos sociales para inventar 10 subterfugios legales y pseudolegales —entre ellos la joya de la “reelección como derecho humano”— para circunnavegar la derrota del 21-F.
Así, Morales, ilegalmente habilitado para las elecciones de 2019, participó en los comicios y obtuvo su peor resultado histórico: 47,8% (y con fraude). Su apagón del TREP suscitó todo el revuelo que siguió: la violencia, los muertos durante los 21 días y aquellos de la terrible transición hacia el gobierno de la señora Áñez. Toda esa muerte y pérdidas no hubieran ocurrido si Evo Morales no fuera un adicto al poder perenne.
Tras las chapuzas y corrupción del gobierno de Áñez, las elecciones de 2020 las ganó Luis Arce. El 55% de Arce es decidor: en 2020 mucha gente, que no hubiera votado por Morales, votó por Arce.
¿Qué condiciones tenía Arce para ser elegido candidato? Un perfil de profesional de clase media. Habiendo administrado una abundancia sin precedentes, su electorado lo consideraba un buen economista y se conocía poco de su posición política, pues no vomitaba los usuales exabruptos políticos que Morales lanzaba a diario. En suma, un perfil bastante más tolerable que Morales, figura ya gastada y, sobre todo, desprestigiada por todo lo sucedido en 2019.
¿Qué pensaría Morales cuando lo ungió? ¿Que sería su Medvédev, que le guardó la silla a Putin para el siguiente período? ¿No consideró que un presidente, por mala que fuere su gestión, puede tener aspiraciones legítimas a un segundo mandato?
La impaciencia de Morales por el poder no tiene límites. Empezó diciéndole quiénes debían ser sus ministros y cuándo cambiarlos. Como no tiene filtros entre el cerebro y la lengua, empezó a dar instrucciones a su exministro. Organizó manifestaciones en contra del Gobierno. Ante la “desobediencia” del presidente, y ¡horror! ante la posibilidad de que se le ocurriera postularse a la presidencia como legítimo derecho, orquestó a sus movimientos sociales del Chapare para expulsar a Arce del propio MAS.
¿Qué puede hacer el presidente Luis Arce con un líder como Evo Morales, que todavía se cree mandatario, que le dedica el 100% de su tiempo a intrigar, y que no duda de que volverá a la silla?
Arce tiene el tiempo en contra. Es poderoso mientras sea presidente. No es indígena, no es parte de un movimiento social ni de un sindicato. No representa a nadie. El arcismo sólo existirá mientras pueda repartir las prebendas del poder. El día que Arce se baje, el arcismo desaparecerá como la espuma y Luis Arce tendrá que irse a su casa en taxi. En contraste, Morales, fuera del poder desde 2019, mantiene una impresionante capacidad de movilización y disrupción. Todos los acontecimientos políticos relevantes sucedidos desde 2019 giran en torno a su ambición de seguir gobernando ininterrumpidamente.
¿Qué escenario se pinta para las elecciones de 2025? Si Arce no logra evitar la repostulación de Morales, el MAS irá dividido. No parece probable que Morales gane esas elecciones, pero mientras viva se debe contar con esa posibilidad. Si esta pelea no es una farsa y Morales obtiene el (primer), segundo o tercer lugar en una elección, su sola presencia seguirá siendo una fuerza a tener en cuenta. Recuérdese que Banzer, con un mero 19% (su piso histórico, obtenido en 1980), logró evitar un juicio de responsabilidades.
Este no es, de ninguna manera, un alegato en favor de Arce. Por sus consecuencias a largo plazo, su gestión será recordada como catastrófica. El MAS está en un proceso de putrefacción que ha contagiado al Estado y a parte de la sociedad. El MAS, no importa bajo quién, sólo puede seguir dañando al país y a su tejido social. El proceso de sanación será lento y largo.
“Ah, pero los neoliberales eran peores”. Pueden haber sido todo lo malos que quieran, pero se iban a su casa cuando tocaba. Y no es que eran malos, sino que administraban pobreza, como ahora le tocará a quienquiera que gane en 2025.
Morales tiene 63 años. Probablemente vivirá hasta sus 80 o más y, siendo como es, le seguirá dedicando el 100% de lo que le quede de vida a volver al poder. Será igual que Bautista Saavedra: igual de dañino como aliado que como enemigo, morirá intentando volver a la silla de la plaza Murillo y toda la política, la atención y las energías de la nación y de la sociedad girarán en torno a sus caprichos. Qué desgracia y qué pereza.
Columnas de ERIKA BROCKMANN QUIROGA