Dualidad urbana: entre desarrollo y pobreza
El crecimiento poblacional en el mundo afecta peligrosamente el comportamiento de las ciudades debido a la inmoderada concentración de gente en sus áreas de influencia, provocando la transformación territorial, alto consumo de energía, significativa demanda residencial, excesiva exigencia de servicios de infraestructura y mayor generación de estructura viaria. De no mediar soluciones de corto, mediano y largo plazo vinculadas con la planificación, el panorama puede complicarse considerando la dinámica de crecimiento y la consiguiente expansión de suelo al 2050.
Ocho mil millones de habitantes vivían en la Tierra en 2022 en un espacio que ya muestra características de un modelo urbano insostenible ambientalmente, haciendo incuestionable el consumo energético por la sobreutilización de recursos que se produce en las ciudades. Ese consumo, en su mayoría de fuentes convencionales, es uno de los principales causantes del calentamiento global y del cambio climático. Según el Portal de Ciencias y Tecnología de Montevideo (Jiménez, 2017), las ciudades del mundo ocupan solamente entre 2 al 3% de la superficie del planeta y generan el 85% del PIB global.
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Cuatro mil trescientos veinte millones de habitantes, el 54% de la población mundial, viven en ciudades. Un 12% de ellos, (aproximadamente 900 millones de personas) residen en la marginalidad. Esta densidad en entornos urbanos ascenderá peligrosamente en 2050 al 70 % del total poblacional; y, en Europa muy cerca del 80 %.
Los citadinos consumen entre el 60% y el 80% de la energía y producen el 75% de gases de efecto invernadero, lo que significa un tránsito peligroso del desarrollo sostenible al desarrollo coevolutivo, como proceso de transformación multinivel y multiescalar hacia nuevos modelos, cuyas alternativas energéticas no solo deben provenir de fuentes renovables de, sino también deben ser utilizadas sosteniblemente.
La concentración de población en las ciudades estimula un curso extractivista promovido en muchos casos en nombre del desarrollo. El territorio se ve severamente afectado en sus potencialidades y vocaciones, impactando en la cadena de producción alimentaria que abarca muchas veces un radio de acción mayor a sus límites administrativos y entrando peligrosamente en un sobregiro ambiental debido a la contaminación que genera.
Esta “prosperidad” se asocia también con mayores escenarios de necesidad y altas condiciones de disimilitud, revelando que las ciudades se convierten en los principales promotores de la economía, paralelamente también son los centros donde converge la inequidad y por tanto la pobreza.
La estadística mundial destaca que el 70% de la población que reside en las ciudades lo hace en condiciones de pobreza, y su hábitat está estrechamente vinculado con la marginalidad. Esta situación, presente mayormente en países en vías de desarrollo, revela grandes déficits en el acceso a servicios básicos en pleno siglo XXI, mostrando un 10% de ciudadanos pobres sin acceso a electricidad y 18% usando la madera y sus derivados como combustible para cocinar.
El desarrollo, aparte de integral debe ser colectivo por lo que no es posible priorizar solamente obras de infraestructura complementarias y superfluas, sino atender aquellas insuficiencias reales que puedan mejorar las condiciones de habitabilidad, y, por tanto, reducir la segregación socioespacial y las desigualdades del mismo entorno urbano. No es posible satisfacer la cohesión social sin permitir el acceso universal a los servicios básicos de los sectores urbanos más vulnerables y pobres.
El avance hacia una ciudad sustentable debe contemplar en su proceso un enfoque holístico que permita el manejo multidimensional, desvirtuando que sea solamente el desarrollo económico el que posibilite la expansión territorial y la transformación del suelo, estableciendo en muchos casos aspectos de injusticia en cuanto al acceso a oportunidades de determinados sectores sociales.
Algunos criterios fundamentales para el establecimiento de ciudades sostenibles imponen que el desarrollo urbano debe trabajarse a escala humana, tomando a las personas como centro principal de atención, en un manejo de espacios compactos y buena conectividad en la estructura territorial, el mejoramiento de las condiciones de habitabilidad y salud ambiental, la renaturalización de los espacios públicos y el fortalecimiento de las áreas verdes, y el impulso a la economía circular, la participación ciudadana y la multigobernanza.
El ordenamiento urbano debe orientarse hacia modelos sustentables integrales, de manera de generar ciudades productivas y competitivas económicamente, inclusivas y equitativas socialmente, habitables ambientalmente y bien administradas en términos de gobernanza, de manera de reducir la fragmentación residencial, la segregación espacial y la exclusión social, y por tanto atenuar la brecha provocada por la pobreza, además de fortalecer la participación ciudadana en la toma de decisiones como coadyuvantes en la organización territorial.
El autor, Ph.D., es investigador del Ceplag - UMSS, mkquiroga@gmail.com
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