Hoy lloro contigo, mi Bolivia
CHICHI ETEROVIC, El autor es tenista, ex Nº 1 de Bolivia, representante en Copa Davis
Nací en Bolivia y tuve el privilegio de representar a mi país jugando tenis competitivo durante décadas. Recuerdo mi primer torneo sudamericano en Santiago de Chile en menores de 14 años, luego 16, 18 hasta llegar a jugar la prestigiosa Copa Davis como número 1 boliviano. Durante esos años, representando con orgullo a Bolivia, viví el prejuicio de jugadores de países vecinos. Fue a partir de los 16/17 años, con un nivel mejorado y competitivo, cuando los prejuicios disminuyeron. De mi parte, lo que en un momento me molestaba comenzó a ser una fuerte motivación.
Del tenis pasé a la instancia laboral. Mis primeros años trabajando me permitieron encontrarme con la pasión del marketing y la interesante industria cervecera. El profundo vínculo entre la cerveza y la cultura del país me permitió realizar innumerables estudios sobre los hábitos del consumidor para entender esa conexión social y cultural.
A medida que fui estudiando el fenómeno cervecero, cada día me resultaba más clara la orfandad boliviana, sea por la pérdida de la salida al mar o por las otras e innumerables pérdidas que calan en el profundo ser boliviano. Fue ahí cuando entendí a Max Fernandez (QEPD), quien aprovechó ese profundo vacío y posicionó en la población (no necesariamente verdad) a Paceña como exportadora mundial, galardonada con medallas a la calidad. De esa forma, cuando alguien tomaba Paceña, llenaba en él, ese deseo inconsciente de reconocimiento boliviano.
Con la llegada del proceso de cambio en el año 2006, comenzaron una serie de profundos cambios en el sistema social y cultural. La recordación de los 500 años desde el inicio de la conquista española (otra pérdida), la reivindicación social de una “clase sometida” e ínfulas de cambio hacia un país inclusivo y desarrollado. Como casi todos sabemos hoy, es un cuento chino. Son más de 15 años de hablar de revanchismo, de echarle la culpa al otro, de demostrar que lo que vale es el partidismo, y donde la meritocracia no existe.
Fue hace unos días cuando comencé a escuchar la palabra “boligaucho”. En un principio no le presté mayor atención hasta el día que nuestra selección nacional de fútbol jugó en La Paz contra Argentina. Fue ahí cuando caí en cuenta de su significado. No se refiere a la gente que humildemente fue a trabajar por necesidad al vecino país, sino a gente de clase media, mayormente jóvenes, vestida con la camiseta de Argentina en el estadio Siles. Y no hablo de unos cuantos, sino de miles. Si volviéramos a las décadas de los 70, 80 o 90, los hinchas argentinos (argentinos de verdad), sabían que tendrían que lidiar con 40.000 fanáticos bolivianos quienes, con toda pasión y garra del mundo, le querían ganar a una Argentina campeona mundial 1978 y 1986. En cambio, el pasado martes 12 de septiembre, este nuevo conglomerado sociocultural apoyaba al rival y paseaba pomposamente en el estadio portando los colores albicelestes.
Este hecho sin duda, demuestra que hoy los vacíos y carencias de Bolivia son más profundos y complejos. Que el sentido de pérdida es mayor, que la cultura de amarrar huatos terminó empobreciendo el colectivo generacional. Para ellos no hay cerveza, producto o emblema boliviano que pueda representar la profunda carencia y deseo de reconocimiento. Son más bien los colores blanco y celeste, la proyección en el vecino, la nueva forma de encarnar estas aspiraciones y deseos.
Hoy ya no es el prejuicio del otro, el de nuestros vecinos. Sino más bien, el repudio y prejuicio inconsciente de la propia identidad de esa masa de hinchas bolivianos que alegremente alentaron a la albiceleste, sin importar que en ese país vecino llaman verduleros a nuestros propios compatriotas.
Hoy lloro contigo, mi Bolivia
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