Migración y oportunidades
Entiendo la migración desde mi propia condición de migrante. Francamente, no la encuentro idílica ni deseable. Tendría uno que estar, en el siglo XXI, en situación desventajosa para considerarla una salida y una oportunidad.
Por otro lado, en América Latina, tenemos un sentido de pertenencia afianzado en la identidad familiar, los lazos de parentesco y los amigos de la infancia y juventud. Esa manera de ser y de sentir a los más próximos nos aferra a la tierra de la que provenimos y a los entrañables vínculos de pertenencia y amistad.
Una de las formas de integración que he observado es incorporarse plenamente en la comunidad de acogida y adaptarse a los nuevos códigos culturales. Algunos, incluso optan por la doble nacionalidad o la radicatoria permanente como estrategias para afianzar la regularización migratoria.
Conversaba con una amiga migrante chilena y me comentaba cuánto extrañaba su tierra, el sonido del castellano chilenizado y estar con su gente. Volver a las raíces, aunque sea una vez al año, en un ejercicio de migración circular se vuelve para un migrante un sueño que lo mantiene con la esperanza intacta para enfrentar las dificultades cotidianas de vivir en otro país.
La añoranza se vuelve costumbre y, a veces, incluso se incrusta en la piel de manera dolorosa y uno se queda pensando si no será la hora de volver. He escuchado con atención, a lo largo de los años, historias de luchas y esfuerzos de migrantes que cruzan el océano por generar mejores ingresos y sus historias tienen la misma tónica, la esperanza que no se rinde, la incertidumbre en el futuro y el deseo de regresar con dinero para generar algún tipo de emprendimiento.
Las historias de vida de migrantes a las que hago referencia, no consideran la fuga de cerebros ni la migración calificada, eso es historia aparte, aunque no exenta de contratiempos. Ciertamente, que la migración calificada alcanza un desahogo económico que justifica con creces el surgir en otro contexto, quizás con mayores posibilidades.
Al trabajar por muchos años en el tema migración internacional, observé que las historias de vida conducen a la esperanza y la oportunidad en otras tierras. La migración más dolorosa y afectada en la región es la de los venezolanos. En relación a Bolivia, “a diciembre 2022 se estimaba que la población venezolana en el país era de 13.678 personas con un crecimiento cercano al 30% en dos años”. Bolivia es un importante país de tránsito, muchos refugiados y migrantes venezolanos ingresan desde Perú, por la ciudad de Desaguadero y luego buscan ingresar a Chile por zonas como Colchane (OIM Tendencias Migratorias en las Américas, 2022).
Un alto número de ellos con calificación laboral y título profesional que se incorporan en los últimos años al precario mercado laboral en condiciones inequitativas, por decir lo menos. Hace unos meses dialogué en Cochabamba con un ilustrado profesor venezolano de Historia, de educación secundaria, quién me narraba cómo había terminado en el área de la construcción a falta de avales probatorios de su profesionalidad en el campo de la enseñanza.
Un aspecto fundamental que dificulta el acceso a un trabajo decente, según la denominación de la CEPAL, es el estatus migratorio. Si no cuentan con la visa de trabajo, los posibles empleadores no los toman en consideración. Es así como personas profesionales se encuentran subocupadas, en trabajos informales, sin acceso a las prestaciones sociales y sujetos a la condición de empleados no permanentes. Lo más común, es encontrarlos en las plazas y calles de las principales ciudades bolivianas con sus niños a cuestas, buscando formas variadas de obtener algún recurso económico que les permita subsistir.
También, he asistido a un protagonismo distinto de los migrantes que inciden en pequeños negocios productivos y rentables ligados a los rubros alimentario, estética y belleza, construcción de muebles en melanina, productos artesanales y otros, que muestran cómo ante la necesidad de salir adelante, el ingenio humano encuentra múltiples soluciones.
Aún percibo un trato discriminatorio a la migración intrarregional en América Latina y en el mundo andino. Parecería que es una pesada carga para los países y un escenario de desencuentro y falta de empatía para las comunidades locales. Falta mucho para entender el aporte de la migración al desarrollo sostenible y al crecimiento de las economías tanto de los países de origen, vía remesas, como de los países de destino.
De hecho, ser migrante es una decisión propia que entraña desarraigo y dolor, así como la búsqueda de un horizonte promisorio en términos económicos y sociales. Y la esperanza de que sociedades multiculturales sean acogedoras, inclusivas y generadoras de acciones colectivas en beneficio de seres humanos provenientes de otras culturas y diversidades.
Columnas de NELLY BALDA CABELLO