De candidatos eternos o únicos
Las elecciones generales todavía están lejos, pero la carrera ha comenzado. En el MAS los candidatos ya están en campaña. El presidente conduce trenes en Cochabamba, mientras Evo Morales visita pequeñas poblaciones para mantener al electorado indígena de su lado. Ambos miran con temor las encuestas.
En la oposición también hay movimientos. Los estrategas se desplazan detrás de bambalinas para realizar consultas entre los aspirantes visibles y ver la posibilidad de gestar en el mediano plazo una candidatura única. Están los que quieren un solo bloque, pero también los que todavía piensan que es mejor que cada quien vaya por su cuenta.
Los que apuestan por el candidato o candidata que represente a todos creen que esa es la única manera de derrotar al MAS, luego de 17 años en los que acumularon varias frustraciones electorales.
Y en esto se juegan todo tipo de egos. El de los que creen que deben seguir en la primera fila porque no se bajaron del ring desde hace tiempo a pesar de los knockouts, el de los que piensan que por ser “nuevos” se acercan más a la expectativa ciudadana y el de los “salvadores” profesionales que apuestan al incendio económico para acudir a apagar las llamas.
El principal problema de la oposición es que, como su único objetivo es derrotar al MAS, solo piensan en candidatos y no en proyectos. Consideran que la suma de los pequeños porcentajes de cada uno de aspirantes puede alcanzar para hacer frente a cualquier de los adversarios (Arce o Morales).
Se escuchan más críticas al Gobierno, que propuestas para resolver viejos problemas y atender nuevas agendas. Las voces de la oposición “externa” no se diferencian mucho de las de la oposición “interna”. Da lo mismo escuchar a Evo Morales, que a cualquiera de los líderes opositores conocidos.
Justicia, corrupción, narcotráfico, economía, gas y litio son los temas que, por cierto, se arrastran desde siempre, con énfasis diferenciados según la época.
La justicia nunca estuvo tan mal, pero tampoco hubo un tiempo en que estuvo mejor. En la lucha contra el narcotráfico nadie puede decir que consiguió más éxitos que otros, tal vez porque en el fondo se trata de una pelea perdida de antemano y desde siempre. En la economía, la gente común puede atestiguarlo desde su bolsillo, no hubo mejor tiempo que el que corrió entre 2006 y 2017, ni más complejo que el de los primeros 23 años de la democracia (1982-2005). De corrupción, ni hablar, porque nadie puede tirar la primera piedra y sobre la dependencia de los recursos naturales, es un mal de toda la vida. De modo que si el debate se centra en lo que pasó y no en lo que vendrá, posiblemente el elector prefiera recordar lo bueno que arriesgarse a lo incierto.
Si hablamos de deterioro democrático, hay que admitir que no es una gran preocupación para las mayorías ni aquí, ni allá. Hay una diversidad de “modelos” y el anglosajón ya no es la única referencia. En el mundo multipolar hay apoyo para todos. Si no me quieren por aquí, busco en otra parte.
Por primera vez, las puertas de mercados asiáticos se abren cuando las de Occidente se cierran y a nadie se le ocurre imponer sanciones en un extremo, porque las oportunidades se gestan en el otro. Incluso el mundo musulmán, tan golpeado y estigmatizado después del 11 de septiembre de 2001, se ha convertido en un nuevo e interesante jugador global.
En la mayoría de los protagonistas de la oposición boliviana todavía prevalece una lógica de la “guerra fría”, donde los socialistas son los malos y los liberales los buenos. Algunos no han derribado sus propios “muros de Berlín” mentales y se santiguan antes que abrirse a la discusión de los temas que interesan a las nuevas minorías.
Lo mismo puede decirse de los oficialistas, que homenajean al Che, pero le regatean reconocimiento al general Gary Prado o que mantienen el puño cerrado de la intolerancia como símbolo, cuando los propios votantes están en otra cosa.
Si algo ha dejado la polarización política en Bolivia, es un olor a rancio en el debate y muy pocas ideas de uno y otro lado. Tal vez por eso, de un lado se empecinan en la búsqueda del candidato único y del otro presionan por el candidato eterno.
Hay más consultores que pensadores, más candidatos que proyectos, y eso no le hace bien a la política. Todo se orienta hacia la guerra de las narrativas, pero nadie reflexiona desde una diversidad sin trincheras. En una democracia de leales y traidores, el diálogo desaparece, y la gente, sobre todo las nuevas generaciones, prefiere tomar distancia y vivir a su manera.
Ni el MAS puede solo, porque a lo sumo tiene un tercio del voto, ni la oposición tampoco, porque esforzándose mucho llega al otro tercio. Entre los extremos hay un 40% expectante, más cerca del “no me importa” que de la indecisión, que navega sin aferrarse a rumbos, ni banderas ideológicas, cuyo voto podría ser determinante si alguien llama su atención. Falta mucho para las elecciones, pero el tiempo es corto para los proyectos y eso no parece preocupar a nadie.
Columnas de HERNÁN TERRAZAS E.