Nueva sede del gobierno
un siglo y cuarto duró la sede de gobierno en La Paz, que ahora se la apropia el Chapare. Había pasado de la región de la plata a la del estaño en 1899 y ahora pasa a la región de la droga.
Se podría decir que, en este caso, tiene razón Bill Clinton: “es la economía la que manda, estúpido”, incluso cuando se trata de la sede del gobierno.
El cajero estuvo peleando para que la sede no cambie de dirección, pero más pudo el cocalero y se lleva el escenario de la toma de decisiones del país al lugar donde tiene su “cato”, su sindicato y sus seis federaciones.
Quizá el razonamiento sea: si 90% de las fábricas de droga encontradas en el país en los últimos dos meses, como dice el ministro Del Castillo, estaban en el Chapare, tenemos una nueva capital.
La última disputa tuvo como pretexto el lugar donde se realizaría el congreso del partido cocalero, y ganó el que propuso que fuera el Chapare.
El cajero decía que la sede tiene que mantenerse allí donde están los empleados públicos, que en 2006 eran 200.000 y ahora son 560.000, pero lo que inclinó la balanza del lado del Chapare fueron los datos sobre el aporte a la economía.
Para este razonamiento se toma en cuenta la economía real, la de carne y hueso, la que cuenta debajo de la mesa, no la que es aludida por las estadísticas virginales, que apenas representan un tercio de la realidad.
Si el contrabando representa 3.300 millones de dólares, el narcotráfico unos 3.000, la economía legal no puede competir.
Quienes dicen que en 1899 la sede del gobierno pasó al territorio de la coca de Yungas, y no del estaño, ayudan al cálculo porque incluyen un producto novedoso, que ahora se ha convertido en la estrella.
Pero los dueños de la nueva sede del gobierno no tienen que cruzarse de brazos: hay otras regiones donde están surgiendo nuevos Chapares, con sus propios dirigentes y jefazos.
Esto es dinámico. Es muy capitalista. Aquí se impone la destrucción creativa. Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente.
Si la corriente cocalera terminara por imponerse, como parece inevitable, el país seguiría con las mismas dudas sobre su futuro.
El Estado creado en 1825 seguirá caminando sobre ascuas. Sus instituciones seguirán en manos de quienes quieren destruirlas porque les estorban.
¿Un mundo anarco-cocalero? ¿Bakunin nos podrá perdonar?
Columnas de HUMBERTO VACAFLOR GANAM