De claves y signos
En los últimos días se ha producido un intercambio de mensajes entre el expresidente Morales y su afortunado sucesor, Arce. Como una cruz, o una espada, clavada en la puerta del inminente congreso que se inaugurará en Lauca Ñ, el jefe del MAS, de las seis federaciones del trópico, ha lanzado como exorcismo o amenaza la sentencia que degrada al actual presidente al menguado papel de cajero, de su gabinete, negándole la condición de ideólogo de las políticas económicas de 2006 a 2014.
Arce Catacora, ha respondido, detrás de una apagada sonrisa, que es un académico, que hace política de manera diferente (a la de su exmaestro se entiende).
¿Existe algún significado mayor y más profundo que los ánimos de descalificación entrecruzada entre los dos aspirantes a candidatos? Convencido de que existe un fondo, ni siquiera mencionado en las noticias y las interpretaciones de analistas profesionales, intentaré señalarlo.
Cuando Morales, que ejerció una verdadera presidencia imperial (omnímoda y omnipotente en el cuadro de nuestra historia nacional) llama “cajero” y le niega altura de “ideólogo” a quien fue su hombre fuerte de las finanzas, lanza un mensaje emotivo —casi sentimental— que nada aporta a sus previas expresiones de desagrado; solo las subraya.
El código secreto está más bien en lo que el caudillo no dice. Por ejemplo, revelar nueva información respecto de si Arce fue la mano oculta del abortado gasolinazo de 2010, como cabeza de los técnicos que Morales Ayma dijo que le insistieron en que tome la medida.
Ni en ese entonces ni ahora quiso identificarlos. Si Arce Catacora encabezó la campaña de gabinete para dar aquel paso, hacerlo saber sería políticamente mucho más efectivo que limitarse a mostrar enojo, porque anunciaría lo que puede hacer más pronto que tarde, ante la decadencia y urgencias económicas. Y, en caso de que solo hubiese sido un insignificante y fiel ejecutor de algo no planeado por él, le daría peso a su acusación de que es apenas un funcionario, fiel cuando le conviene, pero incapaz de asumir por su cuenta grandes decisiones.
En cambio, la aparentemente sosa respuesta de Arce Catacora contiene, en realidad, conceptos explosivos de alta potencia. Cuando se llama a sí mismo académico, se coloca automáticamente varios escalones por encima de su exjefe y protector, porque está diciendo: “yo sé”, y por tratarse de una respuesta a lo que intenta ser una ofensa, coloca al ofensor en la posición del que ignora.
Si ese conocimiento se refiere a cuestiones burocráticas o si va más allá —y esa es la razón por la que Morales se limita acusar— solo ellos lo saben. Lo más importante es que el mensaje verbal se acompaña de hechos que probarían que no sólo sabe, sino que, además, puede; cosa que Morales no consigue, pese a sus ganas.
La división de las grandes corporaciones campesinas, incluyendo a la Confederación Sindical de Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB), mientras mantiene control de la confederación femenina; el sometimiento de la Asamblea Legislativa privada de fiscalizar y de legislar (ley de convocatoria a elecciones judiciales), el mantenimiento de su ministro preferido, contra la voluntad y griterío de la dirección masista, son las más recientes evidencias de que este presidente aprendió de su mentor y lo supera en mañas.
Quizás no pueda evitar el congreso de Lauca Ñ (está por verse), pero un gran evento que se encierra en un lugar alejado, con una guardia de cuatro mil cocaleros, con representación muy mermada de las organizaciones sociales expresa más impotencia y dolor que la capacidad de mando y control que solía tener la jefatura del MAS. Marca que la capacidad de aglutinar que tuvo Morales se desvanece y se convierte en agente aislante de su base más leal.
Más importante que eso es que, cuando el actual presidente dice ser académico —cosa que realmente no es, si se analiza su producción en ese campo— resulta que ha sido capaz de expulsar a los cocaleros del Chapare de los resortes fundamentales del poder estatal, sustituyéndolos radicalmente por funcionarios, asesores, expertos o técnicos —muy poco calificados y competentes— pero firmes aspirantes a ser insustituibles protagonistas del manejo del Estado.
Además, de momento controla ese monstruo que es el Tribunal Constitucional Plurinacional al que desde 2017 se ha erigido en palabra divina, por encima de la CPE, que puede sostener irrevocablemente cualquier fallo extravagante, interesado y prevaricador, según las órdenes de quien lo controle, igual que al resto del poder Judicial.
Columnas de RÓGER CORTEZ HURTADO