Divididos y fragmentados
El conflicto que ha llevado al MAS al punto de su definitoria división parece expresar una situación histórica caracterizada por la progresiva radicalización estructural de todos los factores. Son 15 años en que todas las estrategias de poder —que pasaban por dividir, fraccionar, enfrentar o destruir— han empezado a dar sus frutos; curiosamente su primera víctima es su propio autor.
Hasta no hace mucho, personalmente pensaba que las fisuras internas del MAS alcanzaban siempre un punto muerto definido por un sentido étnico que, en el último momento, terminaba por neutralizar las tensiones que los enfrentaban. Hoy pienso que esa interpretación ya no es correcta, la estrategia populista de dividir y polarizarlo todo se ha volcado en contra de su otrora monolítica unidad y empieza a dar sus primeros resultados estructurales.
Es posible pensar que a fuerza de dividir la sociedad en todas las formas posibles (entre etnias, entre clases, entre culturas, entre regiones, entre visiones políticas, entre estratos socioeconómicos, entre creencias religiosas, entre cosmovisiones culturales, entre géneros, etc.), el masismo hubiera finalmente desencadenado todas las fuerzas centrípetas de la sociedad boliviana, fuerzas que en su huida hacia el desastre se expresan como una acentuación progresiva de las radicalidades de todo tipo.
Quizá cuando el país funcionaba en los términos de una república unitaria, y su ordenamiento jurídico, social y cultural hacía parte de un horizonte común en que todo cabía y se articulaba bajo el impulso de la modernidad capitalista, la necesidad de retraerse sobre sí mismo y radicalizarse frente al otro diferente no constituía una necesidad de sobrevivencia, hoy, frente al fracaso del proyecto estatal plurinacional y el fraccionamiento de la nación en 36 nacionalidades, parece que la única forma de sobrevivir es replegándote sobre tu propia existencia, algo que deviene como una actitud en defensa de tu identidad, y en consecuencia, la impresión que uno tiene es que todo se polariza por radicalidad.
Las regiones lo hacen para defenderse del centralismo estatal, las culturas para defenderse de la modernidad globalizante, las instituciones para proteger su filiación histórica particular, los ciudadanos para no desaparecer frente a los postulados de un igualitarismo imposible y para alcanzar un grado mínimo de visibilización frente a la indiferencia abrumadora del Estado.
Se han polarizado todas las formas de convivencia social. Si no eres indio eres k’ara, si no eres blanco eres mestizo, si no eres proletario eres burgués, si no eres de derecha eres de izquierda, si no estás conmigo estás contra mí, si no piensas como yo estás equivocado. Todas las formas posibles de alcanzar un punto de tolerancia se han reducido a su mínima expresión. Experimentamos un momento en que esta dispersión caótica de todo lo que podría consolidar el tejido social y dar sentido a la historia de la que somos parte, ha perdido especificidad y cae en el peligroso campo de lo irreconciliable; ya no hay adversarios políticos, solo hay enemigos políticos, ya no hay aliados, hay pactos circunstanciales, ya no hay coincidencias ideológicas, hay acuerdos coyunturales, por esta vía también es fácil percatarse que la tiranía se lee como democracia, el autoritarismo como libertad, la ley como trampa y la trampa como un artificio en el que el más tramposo pasa de inteligente.
Este es sin duda el legado del masismo. Su obra maestra. Le tomó 15 años pulverizar la nación, fracasó en su intento plurinacional y hoy se debate entre sus propias exequias, y en su caída se lleva Bolivia por delante, le resultó muy fácil destruirla, nos tomará muchísimo tiempo reconstruirla.
Columnas de RENZO ABRUZZESE