“Mi delito es ser indio”
“Mi delito es ser indio”, es una de las frases que reiteradamente emitió el expresidente Evo Morales. Y así lleva por título el libro que presentamos en Cochabamba, La Paz y Santa Cruz, María Teresa Zegada y mi persona. Con base en una investigación, analizamos el vínculo entre el discurso político y el racismo, con especial énfasis en los últimos años.
De acuerdo con lo visto, la eficacia del discurso político es alta cuando apela a elementos racializados, justamente porque se vincula con la memoria colectiva que supone la existencia de una fisura sociocultural no resuelta, que hiere y duele. La investigación sostiene que lo pernicioso de la instrumentalización del discurso racista o antirracista es que logra antagonizar, marcando un “nosotros” frente a “los otros”, como bolsas herméticas que no tienen en su interior ninguna pluralidad ni punto de encuentro.
De manera particular, esta demarcación que los actores políticos realizan polariza, y se la aplica en momentos de crisis con el afán de acceder o mantenerse en el poder. Es así, que los discursos que los políticos vierten, crean dos polos: en uno se encuentran los q’aras, racistas, derechistas, regionalistas y elitistas, y en el otro están los indígenas pobres, humildes, discriminados. Este antagonismo, opaca una realidad mucho más compleja, entretejida y diversa que contiene muchos matices y de la que no están exentas las relaciones de poder.
En momentos conflictivos, cuando el partido de gobierno veía el riesgo de perder el poder y hegemonía, inmediatamente recurría a la narrativa del racismo y el odio al indio, asumiendo una postura de victimización. Asimismo, atribuye al rechazan al indio y al racismo las motivaciones de quienes en algún momento se opusieron u oponen al MAS. De esta manera, un discurso maniqueo, simplista y reduccionista hace que la realidad se reduzca a dos extremos sin posibilidad de encuentros.
El libro Mi delito es ser indio. Política y racismo en Bolivia (2006-2021) es justamente una invitación a trascender el simplismo y la ligereza con los que, desde el ámbito político, se ha instalado el debate del racismo y del “odio al indio” como único factor explicativo de la política.
Las consecuencias del uso del discurso político aludiendo a elementos racializados refuerza la división y el desgarre del tejido social. Por tanto, la repercusión es peligrosa pues produce una polarización, irreconciliable en la sociedad. Y la imposibilidad de tender puentes entre polos, sectores, finalmente entre bolivianos, es preocupante. Así hemos vivido, las repercusiones y secuelas del conflicto de 2019.
El libro estimula, por tanto, a reflexionar sobre las consecuencias de la instrumentalización del discurso del racismo. Interpela acerca de la necesidad de que los políticos y especialmente quienes tienen las riendas del país emitan discursos que enfaticen en puntos de encuentro, de forma tal que sea posible crear una comunidad. De lo contrario, sólo se avecinan episodios y momentos de conflicto y crisis.
Por último, es preponderante avanzar en la superación del racismo cotidiano y estructural que arrastramos como país. Esto sólo es posible abordando la problemática de una manera seria y comprometida, que vaya más allá de la promulgación de leyes contra el racismo o discursos simbólicos que poco tienen que ver con la realidad preocupante, cotidiana que vive la población indígena y siempre se ha llevado la peor parte en la historia del país.
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ