Ahí va un ... “narcoartículo”
Como un voraz depredador, como una plaga que se adhiere implacable sobre su presa hasta unirse completamente para no separarse jamás y someter a su víctima, cambiar su naturaleza y su esencia. Así, ciertos prefijos se aferran, se cuelan, muerden la primera letra de una palabra y se quedan por siempre.
Seguramente a los históricos del MIR les debemos la popularización de esta gran familia de palabras precedidas del prefijo “narco”, como la célebre “narcovínculos”, gracias a las relaciones con sus amigos traficantes, allá por los años 90 del siglo pasado.
Luego emergieron decenas de palabras cuyo común denominador es el prefijo “narco”, según el oficio que el “implicado” ejerza .
Comandan esta pléyade de elegidos y sellados con la palabra “narco” en la frente los verdeolivo. Desde el genérico “narcopolicía”, hasta “narcogeneral”, “narcocoronel” hasta divisiones inferiores como “narcosargento”.
El proceso de inclusión que trajo el Movimiento al Socialismo también democratizó este “narcodelito” y aparecieron el “narcoamauta”, “la narcochola”, “narcofutbolista”, “narcococalero” hasta “narcodirigente” y “narcofuncionario”.
Y según el objeto usado para traficar la droga otro gran grupo de palabras se fue gestando como “narcoauto”, “narcocisterna”. Es memorable el primer y famoso “narcoavión” de Amado Pacheco (Barbaschocas) que puso en apuros al entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada y su ministro Carlos Sánchez Berzaín en 1995. Ahora tenemos el “narcovuelo” que nadie quiere aclarar.
Y sigue una larguísima lista de vocablos como “narcocamión”, “narcodólar”, “narcoEstado”, “narcocasa”, etc.
En México son populares los “narcorridos” que narran y apologizan las acciones de los narcotraficantes de ese país. Esperemos que en el futuro no aparezcan “narcomorenadas” o “narcodiabladas” y similares en Bolivia. Imagínense una “narcocueca”. Como tampoco deberían gestarse palabras como “narcodiputado”, “narcosenador” y menos aún “narcopresidente”.
Columnas de MICHEL ZELADA CABRERA