Vencer o morir
No se trata de adueñarse ridículamente de la arenga que Evo Morales se apropió del “Che” Guevara y del castrismo; eso de “¡Patria o muerte; venceremos!”, a la que Morales no le dio ni el menor cumplimiento cuando llegó el momento para vergüenza nacional. Ahora se trata de algo importante, se trata de lo que sucede con el Estado de Israel y del terrible y sorpresivo ataque que ha recibido de las milicias de Hamás, con toda seguridad, apoyadas por Irán, esa teocracia islámica fanática y abominable, que goza del afecto y admiración de la actual diplomacia boliviana.
El pueblo judío y sus gobernantes saben que, si lo de Gaza se convierte en una guerra con otros participantes enemigos de Israel, a su población no le queda otra solución que luchar hasta el final. Y en este caso no es asunto de vulgares fanfarronadas, como a las que nos han acostumbrado aquí en Bolivia. El pueblo judío sufría, hace 80 años, el más criminal exterminio que recuerde la historia, en los campos de concentración nazis, donde millones de seres –mujeres, niños, ancianos– fueron asesinados por odio racial y enterrados en fosas comunes o convertidos en ceniza en los hornos crematorios de Auschwitz, Bergen Belsen, Treblinka, Dachau, y decenas de campos más. Es lo que se llamó el Holocausto (con mayúscula).
El odio contra los judíos viene desde hace más de 2.000 años, desde la crucifixión de Cristo. Aunque antes los romanos ya los habían maltratado de manera brutal. Y si la insania antijudía de Hitler y su transmisión al pueblo alemán fue espantosa, no se puede negar que los rusos, polacos, ucranianos, húngaros, casi toda Europa, los detestaran menos. Motivos puede haber o tal vez no haya ninguno, pero no existe razón alguna que merezca el exterminio de todo un pueblo, de toda una raza.
Siempre humillados y perseguidos, los libros nos cuentan cómo eran vistos los judíos en la Edad Media y luego en los tiempos modernos y contemporáneos. Cómo, siempre, se los trató de aislar, como si fueran contagiosos. No eran otra cosa los guetos o “barrios judíos”, que existieron en varias de las capitales de Europa. No se trataba de zonas de una riqueza que ofendiera, sino de miseria y trabajo, siempre expuestos a los “progromos” o asaltos a sus hogares y negocios, con el ánimo de robarles y matarlos a palos si era necesario.
¿Qué era lo que necesitaban los hebreos para que pudieran salvarse de un aborrecimiento histórico? Una forma fue cristianizarse, por supuesto. Eso salvó a muchos de ser torturados o quemados por la Santa Inquisición. ¿Pero y los judíos que querían seguir siendo judíos, que practicaban su fe, que deseaban vivir de acuerdo al talmud, a sus tradiciones milenarias? A esos judíos no los aceptaron ni los pueblos más civilizados de Europa. La Iglesia católica, que debió perdonar si creía que el pueblo judío era cómplice del sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo, incitó el antisemitismo por siglos, y hasta en la época de los años 40, tiempo de la “solución final del problema judío”, que era el asesinato masivo, el Papa no se atrevió a provocar a Hitler, a indisponerse con él, sabiendo que en el Este de Europa existía un exterminio total en los campos de la muerte. ¿Acaso el Papa no lo supo hasta el final de la guerra?
¿Y ahora qué? Los sobrevivientes del Holocausto no quisieron sufrir otra experiencia genocida, hicieron lo que deseaban quienes no los querían y lo que ellos mismos anhelaron siempre. Se establecieron en parte de su tierra ancestral, en la “tierra prometida”, cercana a la simbólica Jerusalén, que a través de los siglos había pasado por varios “dueños”. En un territorio que estaba bajo mandato británico, los judíos sobrevivientes de Auschwitz y demás lugares del crimen crearon el Estado de Israel y proclamaron su independencia en 1948, en contra de muchos. ¿Qué más podía hacer el pueblo judío? ¿Establecer un Estado propio en África, en Asia, en América?
Queda a la vista que el Estado de Israel, que los hijos o nietos de los escasos sobrevivientes que quedan de la “solución final”, preferirán morir combatiendo antes que dejarse degollar como resignados corderos. Que pelearán hasta el último de sus hombres y mujeres como fue en el gueto de Varsovia en 1943, antes de renunciar a una tierra como la que habitaron junto con los diversos pueblos de la milenaria Palestina.
El ataque artero de Hamás sorprendió desde a la afamada Mosad, hasta a los altos mandos del ejército israelita. Y, como era de esperar, la respuesta a la agresión fue brutal. Sin embargo, hubo un atacante que fue Hamás, sin duda financiado por Irán, y el mundo civilizado lo ha censurado. No cabía otra actitud, cuando un grupo de forajidos ha puesto en riesgo la paz en todo el oriente medio y tal vez en el mundo entero.
Sólo Bolivia, la pobre diplomacia nacional, ha sido incapaz de condenar la invasión y se ha alineado con la tibieza o el interés de quienes, en el fondo, ven con simpatía a Irán. Y para qué mencionar nada sobre el rústico y vacío cerebro de Evo Morales, que, abiertamente, por consigna, en vez de cerrar la boca, ha apoyado el ataque a Israel y que con seguridad no tiene ni la menor idea de qué es lo que acontece en esa región.
Columnas de MANFREDO KEMPFF SUÁREZ