De la caricia de Paz Estenssoro, hoy la paz me acaricia
Octubre de 1998. Mis padres son invitados a un evento social en las afueras de la ciudad del vino. Titubean: no quieren dejar a su pequeño hijo en la Hoyada… Pero, al mismo tiempo, sienten una especie de deber de viajar porque tienen alguna proximidad con el MNR de Sánchez de Lozada, a quien conocieron ya de presidente en un almuerzo celebrado en una casa del barrio de Obrajes, hace unos meses. Los jóvenes abogados no quieren comprometerse en el turbio ambiente político, pero sí apoyar al partido que piensan puede resolver algunos de los problemas que laceran a este país tan solo en su agonía. Resuelven, por tanto, llevar al niño con ellos a San Luis y no fallar.
Mi primer recuerdo de la vida es una imagen ya borrosa de hace ya un cuarto de siglo que corresponde a tal evento hacia el sur de Bolivia. Recuerdo una testa canosa, unos anteojos que parecían ventanas y unos globos oculares enormes y saltones detrás de ellos, que se veían más grandes esporádicamente. Años después me dijeron que aquel desde cuyo regazo yo veía esa imagen era Víctor Paz Estenssoro, que me acariciaba el pelo por entonces muy abundante y seguramente me decía algo que nunca sabré porque lo olvidé y porque nadie más que él y yo lo escuchamos. De todas formas, lo que me contaron fue que había embelesado al anciano jefe rosado de ya más de 90 otoños: “Te lo habías ganado”. Ese es un recuerdo que se junta con muchos otros de esa tierna época de mi niñez, pero probablemente aquel sea uno de los más significativos por razones obvias.
Al final, mis padres —a diferencia de mis dos abuelos, que fueron militantes de la FSB y el MNR, respectivamente— nunca se involucraron en política y decidieron hacer sus vidas al margen de ella, lo cual probablemente nos hizo la vida familiar un poco menos complicada de lo que pudiera haber sido.
Pero exactamente dos décadas más tarde, en octubre de 2018, yo decidí debutar formal y militantemente en política, y lo hice como tal vez lo hacen muchos jóvenes de mi edad (por entonces tenía 24 años recién cumplidos) que deciden ingresar en aquellas arenas movedizas a través de las cuales se pretende el poder: idealista, desprendida e ingenuamente. Como recordará el lector, aquel tiempo era una época de tensiones y enfrentamientos (en realidad ¿cuándo no la es?), quizá ya no con la amenaza de campos de concentración o exilios que hacía décadas había enfrentado mi abuelo el falangista, pero sí con otros peligros que finalmente convergerían un año después, en los enfrentamientos de octubre de 2019, mes casi siempre aciago para Bolivia por alguna extraña fatalidad.
Recuerdo que mis años de militancia partidista los pasé tenso y perplejo (quizás fueron así para todos, pero mi carácter no ayudaba a sobrellevar el caos de la política, el oficio, creo yo, más impredecible e ingrato: nunca se sabe qué pasará el día después). Me dedicaba a escribir aburridos informes, hacer campaña y leer programas de gobierno; además, habíamos comenzado, junto con la joven Luisa Nayar (ahora diputada), un proyecto llamado Escuela de Formación Política, y todo ello me dejaba exhausto. Había dejado relegados a Victor Hugo, Goethe, Schopenhauer y Horacio… todo por un ideal de sociedad que, incluso si las cosas salían bien, se consumaría recién en varios lustros.
Hoy, con un balance un poco más frío de aquella experiencia, puedo decir que, pese a todo lo que supuso para mi familia y para mí, la agradezco, pues de no haberla vivido no hubiera podido escribir muchos textos que en estos años escribí y que solamente pudieron ser gracias no a los libros de ciencia política o filosofía, sino a la experiencia vivida. Aquella paz que había perdido en octubre de 2018, la recuperé nuevamente en febrero de 2021, cuando, igual que Antón Chéjov, dije adiós a aquel oficio que había sido solo mi amante ocasional, para entregarme nuevamente y a tiempo completo a la escritura, mi esposa fiel e incondicional.
Ahora estoy cómodo y alegre haciendo lo que hago, que básicamente es enseñar, leer y escribir, pero si algún día la vida me presentara alguna oportunidad nueva para incursionar en aquel campo que pisé a tientas en 2018, lo haría ya con más serenidad, menos inseguridades y tal vez un poco más de sabiduría.
Columnas de IGNACIO VERA DE RADA