La Bolivia urbana
El Censo de 2024 ayudará a superar, definitivamente, el falso debate boliviano entre lo rural y lo urbano como realidades confrontadas. El mundo superó este dilema hace mucho tiempo reconociendo la importancia y complementariedad de ambas dimensiones, y colocando correctamente los elementos que las identifican.
En nuestro caso, no ha sido fácil y aún persisten algunas dificultades. El MAS asumió la diferencia como elemento ideológico, lo llevó a la política y obligó a la ciudadanía a tomar posición electoral hasta extremos complicados. Lo “originario indígena campesino”, sin coma que separe las categorías, como si fuese el continuo de una sola realidad, fue impuesto como valor en las políticas públicas negando la otra parte en que discurre la vida de las personas, la que corresponde a la dimensión urbana, llegando al absurdo de negar su existencia. En la Constitución Política del Estado no existe una sola vez la palabra “ciudad”.
Con esta posición hemos perdido todos y hoy estamos obligados a corregir el entuerto. El ámbito urbano no niega lo rural ni a quienes viven o provienen de él, define sí, normas de comportamiento, conductas sociales y lo que es más importante, aporta un modo de producción a partir del cual las personas sostendrán su existencia y generarán excedente para vivir el futuro. Llevado al absurdo, en las ciudades no hay pesca, caza, recolección ni cultivos masivos que sostengan la seguridad y la soberanía alimentaria a lo que están habituados quienes viven en zonas rurales; y en las ciudades, no existen los volúmenes de agua, energía, minerales, con los cuales se equilibrará el desarrollo sostenible.
Si continuamos en esta confrontación, estamos negando el equilibrio imprescindible de la vida sobre la tierra. Cuando escribo estas reflexiones, descubro el trabajo que debemos hacer para reconciliarnos con la racionalidad. Y, sin embargo, no podemos dejar de hacerlo.
El desarrollo de las ciudades modernas impulsado por la revolución industrial, necesitó mano de obra rural para convertirla en proletariado y hacer funcionar las máquinas. Esa etapa no la vivimos en Bolivia y el Censo del año 1950, determinaba que la población rural era del 74%, y la urbana de sólo el 26%. Hoy el crecimiento de las ciudades tiene que ver con economía de escala, provisión de servicios de calidad, la incorporación del ocio productivo, el consumo responsable y el acceso universal a las condiciones que ofrece la modernidad, la inteligencia artificial, la robótica y la nanotecnología que se expresan en un celular.
Este análisis no desconoce la lucha por la apropiación descarnada del factor tierra, el uso del excedente de los recursos naturales, la explotación de la mano de obra barata generada por la ignorancia, o el control mundial de la economía por grandes corporaciones. Sin embargo, tampoco es una razón para desconocer el derecho de todas las personas por ser tales, a vivir con dignidad. Hemos estado tan paralogizados por la imposición ideológica de lo étnico, que debemos buscar argumentos para recuperar una cualidad humana, vivamos donde vivamos, a desarrollarnos en libertad y demandando similares oportunidades para todos. En democracia, la mayoría debe serlo por las propuestas y el compromiso con el progreso, la libertad y la justicia.
Esta labor recién empieza y como una bomba de relojería, debemos desmontarla amorosa, laboriosa y pacientemente. Los próximos procesos electorales y la celebración del Bicentenario, son un momento oportuno para hacerlo con el mayor de nuestro compromiso y entusiasmo. De la misma manera que decir “ciudad” no debe ser entendido como una ofensa para nadie, tampoco podemos negar que la prepotencia urbana como se resuelven muchas situaciones, ignora las razones por las cuales se desarrolla un proceso migratorio a las ciudades y un abandono de las zonas rurales por falta de oportunidades.
Estamos viviendo un momento augural en la construcción de este país que lo necesitamos fraterno.
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA