La canalla judicial
La hez de la sociedad boliviana no hay que buscarla en las cárceles o los antros del bajo mundo. No. A la peor hez boliviana hay que buscarla en los “palacios de justicia”, en la Fiscalía, entre el ultracorrupto estamento jurídico que destroza la justicia con tal de llenarse los bolsillos. Para dar un ejemplo: ahí está Edwin Blanco, uno de los canallas (con más cómplices aún) que encarceló a un inocente, sabiendo que era inocente. J. Fernández, el médico inocente, se pasó cuatro años en la cárcel antes de que por fin se lograra hacer prevalecer su inocencia contra los afanes de la canalla jurídica, que en vez de vetar para siempre a Blanco en el ejercicio de la profesión, más bien lo promovió… ¡a juez! A esa gente me estoy refiriendo.
O están todos aquellos jueces o fiscales (más de 70) que fueron firmando los pasos que condujeron a la muerte de Marco Antonio Aramayo, a quien, podemos decir, estos mismos miembros de la canalla jurídica lo fueron asesinando lentamente. Todo por haber denunciado la corrupción masista. Todo, por supuesto, con la anuencia de Evo el fraudulento y García, su mitómano de cabecera.
También hay que incluir en esta lista de los canallas jurídicos a todos quienes obedeciendo las órdenes del MAS mandaron a la cárcel a José María Bakovic, persona decente que trabó la corrupción masista en la construcción de carreteras —ese fue su delito. Por eso terminó asesinado. No es exagerar decir que se trató, otra vez, de un asesinato.
Y así podemos seguir… Entre los últimos casos estaba el de César Apaza dirigente de Adepcoca, la organización vetada por los cocaleros al servicio de Evo-el-fraudulento.
Hay que incluir entre la hez de la sociedad boliviana, por supuesto, a todos los elementos de la canalla judicial que firmaron, en este caso, no solo el encarcelamiento de Apaza, sino los que le negaron la debida atención médica.
Lo mismo ocurre con el supuesto gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, a quien también van asesinando lentamente.
Ahora bien, ¿por qué la canalla judicial es mucho más repugnante que la canalla simple, la que abunda en cárceles y antros dudosos? Lo es no sólo porque profesionalmente todos juraron no hacer lo que hacen, sino porque el aceptable funcionamiento de la justicia es una de las condiciones imprescindibles para que la democracia y la posibilidad del desenvolvimiento de una sociedad se den de tal manera que toda esta no se hunda en el lodazal. Que un delincuente normal apuñale a otro es algo que, después de todo, no trasciende más allá de donde ocurrieron los hechos.
Las decisiones de un juez, de un fiscal, en cambio, trascienden el caso puntual en que se ejecutan hacia el conjunto de la sociedad, a tiempo de que definen la calidad del sistema de justicia de toda una nación. Y si resulta que esas decisiones están antes dictadas por las coimas y los apetitos de poder, la gula del enriquecimiento, la bajeza, entonces es todo un país al que arrastran en su camino hacia las más sucias alcantarillas morales.
Esa misma canalla, pide ahora… ¡30 años! para Janine Áñez, otra de las víctimas del fraude de Evo Morales. Ya todos los Edwin Blanco del país se estarán frotando las manos. La ciudadanía no enceguecida ni enlodada por el MAS sabe muy bien, por otra parte, que ninguna sentencia de la actual canalla jurídica es moralmente legítima ni valedera. Que sólo se están obedeciendo las torcidas órdenes de los más turbios personajes encaramados a las corruptas alturas masistas.
Por si acaso: desde muy temprano detesté a Camacho y Áñez, pues pronto se vio, en su momento, que con sus tonteras nos estaban llevando justamente aquí, donde estamos. Pero, como fuera, de ninguna manera se merecían lo que les están haciendo.
Lo peor de todo, además, es que tendremos para largo de esta misma canalla. Y por lo tanto se destruirá lo poco que queda de democracia, por tanto nadie estará a salvo.
Mientras Evo Morales y su mitómano no sean llevados a la justicia para responder por el delito de fraude electoral, este país seguirá igual: sin esperanzas, de mal en peor.
Columnas de JUAN CRISTÓBAL MAC LEAN E.