¿Hay o no crisis en Bolivia?

Columna
RAÍCES Y ANTENAS
Publicado el 11/12/2023

El delirio ideológico en el que se encuentra el Gobierno lo impulsa a controlar todo el espectro del análisis económico y político. Define que es crisis, a su imagen y semejanza, determina qué indicadores miden o no una crisis y, a partir de ello, construye una narrativa propagandística sobre el éxito del modelo económico, que raya en el fanatismo.

Los fundamentalistas del populismo repiten hasta el cansancio el mantra: la inflación más baja del planeta, el crecimiento más increíble del mundo y el desempleo más bajo del universo. Y cuando reconocen algún resquicio de inestabilidad, explican éste, por la crisis internacional o una conspiración interna.

Y ahora, frente a la avalancha de preguntas de periodistas y analistas sobre el deterioro de varios indicadores macroeconómicos, niegan los problemas vehementemente. El avestruz de la revolución mete su cabeza en la tierra.

Por supuesto, los dueños del poder entienden crisis como sinónimo de hecatombe económica y desastre social terminal como en la Venezuela actual, y/o la hiperinflación de mediados de los años 80 en Bolivia. Frente a estas definiciones y desastres históricos, ahora gozamos de salud infinita, según el discurso oficial.

En esta oportunidad permítanme desmitificar algunas de las verdades absolutas construidas desde el poder. Así que, siguiendo la recomendación del descuartizador, vamos por partes.

Bolivia registra un nivel de precios acumulado para el 2023 de 1,48%. Para la nomenclatura esto es el paraíso en la tierra. Pero una lectura más cercana de este indicador muestra que, en rigor, estamos frente a una inflación reprimida, sobornada por los subsidios a los hidrocarburos y a los alimentos. A estas alturas del campeonato, las subvenciones —que ya no se pueden financiar con la renta gasífera— deben sobrepasar los 2.000 millones de dólares.

Los precios también están maniatados por un tipo de cambio fijo, que es sostenido con una brutal pérdida de reservas internacionales. Por lo tanto, juzgar a un grano por su superficie y tratarlo con belladona es no entender que debajo de este hay un puchichi gigantesco de subvenciones insostenibles. Tic, toc, tic, toc corre la bomba reloj de los precios. Este es un síntoma de crisis en la China, Burundi o aquí.

El crecimiento económico viene desacelerándose desde el año 2014. En 2023 estará rondando el 2%. La caída sistemática del producto interno bruto (PIB) está asociado a la falta del excedente del sector gasífero que antes lo sostenía. Esta es otra bomba de tiempo de efecto retardado. Esto también es un síntoma claro de crisis.

La hinchazón de trabajos de muy mala calidad y estrategias de sobrevivencia, que el Gobierno se empeña en denominar empleo, se basa en una economía informal y que, ahora, es insostenible. El Gobierno ya no tiene los recursos para seguir inflando la burbuja de consumo. Aquí lo que se observa, más allá de la propaganda, es que las ocupaciones y los trabajos son cada vez más precarios y ocultan la agonía de un modelo que apostó a la economía subterránea. Cualquiera sea la perspectiva que se adopte, esto también, es crisis estructural profunda.

Las largas filas de camiones, automóviles y transporte en búsqueda de diésel es una manifestación de problemas. Asimismo, la escasez de dólares, en todos los ámbitos, —que ya han creado un mercado paralelo de divisas y que estrangula las importaciones— es igualmente un síntoma de crisis peluda. ¿Y qué decir del déficit público, que en promedio es del 7,5% del PIB desde hace 11 años? La crisis fiscal, que aumentó la deuda interna y externa y pulverizó las reservas internacionales, es otra señal de crisis.

Que Bolivia haya perdido, entre 2014 y la actualidad, más de 13.000 millones de dólares de las reservas internacionales y vendido las joyas de la abuela para cerrar parcialmente el déficit público, financiar proyectos improductivos o simplemente para sobrevivir, muestra que estamos gastando nuestros ahorros sin pudor. Cuando uno da un paso mayor que la apertura de las piernas y está raspando la olla es otra manifestación de crisis.

El estrangulamiento que se ha producido en la empresa estatal YPFB —con el consecuente achicamiento del sector gas que de ser motor del crecimiento y generador del excedente se ha convertido en una actividad en agonía— es la madre de todas las crisis.

Que la deuda pública total en Bolivia sobrepase el 80% del PIB, (30% de deuda externa, 30% de deuda interna y 20% de deuda de empresas públicas), para cualquier parámetro, es una presión financiera muy fuerte para la economía y por supuesto, es otra manifestación de crisis.

La brutal depredación del medio ambiente que se da en muchos sectores y por diferentes razones es, probablemente, la consecuencia más grave del modelo extractivista que ha quemado millones de hectáreas de nuestros bosques, y que envenenó centenares de ríos. Este atentado contra el futuro es, probablemente, la manifestación de crisis más grave por sus consecuencias estructurales.

Que el 80% de la gente tenga una ocupación informal y que esta sea la base de crecimiento de varios sectores como el comercio y los servicios, donde la productividad es muy baja y se devalúa el capital humano es otra bomba de tiempo y por supuesto, más síntomas de crisis.

Que el sistema judicial en Bolivia esté en pedazos y que se haya convertido en el refugio de las mafias más cínicas, que amenazan comerse la democracia y las instituciones, es otro síntoma de una tremenda crisis estructural.

Asimismo, el pus de la corrupción circula en varias de nuestras instituciones y contamina los pilares de la sociedad en base al contrabando y al narcotráfico. Por supuesto es este otro síntoma de una crisis.

Finalmente, y no por eso menos importante está el apagón educativo, es decir, la pésima calidad de nuestros sistemas de enseñanza que han empeorado con la crisis de la pandemia y que están ahogando en la mediocridad a los niños y jóvenes del país. Asimismo, el precario sistema de salud, que hace que la mayoría de la población peregrine en hospitales y postas sanitarias sin atención adecuada, también está matando el futuro. Apagón educativo y salud desastrosa son otros síntomas indudables de crisis.

Por lo tanto, que el Gobierno quiera ocultar esta multidimensionalidad de los problemas también es una crisis de valores y de ética. Frente a esta situación por supuesto que hay varias soluciones, pero la primera es, sin duda alguna, reconocer que se está frente a varios tipos de crisis. Este es el primer paso para comenzar un cambio verdadero

 

El autor es economista

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