Cada vez más niños con síndrome de Down son abortados
En cuadro décadas, el número de niños con síndrome de Down ha caído drásticamente. No es porque la ciencia halló métodos para superar ese trastorno genético, sino que hay más madres que prefieren abortar cuando se enteran de que esperan un bebé con un cromosoma extra.
Las preguntas quedan flotando. Seguramente para el feminismo fundamentalista, estas mujeres ejercen su derecho a decidir qué hacer con su cuerpo; a deshacerse de un ser que no tiene derecho a nacer; a esquivar un bulto que seguramente en el futuro les ocupará mucho tiempo en su agenda; a enfrentar a tiempo una dificultad que entorpecerá sus planes profesionales. El “riesgo” aumenta porque cada vez las mujeres, sobre todo de las de clases altas, se embarazan cerca de los 40 años.
El nacimiento de un niño con síndrome de Down significa muchas veces que el nuevo ser presentará dificultades a nivel intelectual y de conocimiento, así como dolencias en distintos sistemas y quizá tendrá un corazón débil.
Bajo la bandera de la “libertad de decidir”, mujeres que acceden a las tecnologías para conocer la salud de su feto optan por expulsarlo si no es como quisieran que sea. La prensa informó este año sobre el resultado de estudios en Europa: ocho de cada 10 embarazos con síndrome de Down terminan en aborto; también se da la cifra del 54 por ciento. En España el 83 por ciento de esos embarazos no culminan en un nacimiento. En Inglaterra, el aborto puede ser legal incluso en la víspera del nacimiento de un niño con el síndrome de Down.
Para algunos, algunas o algunes como les gusta decir, es el ejercicio de un derecho femenino y punto. El único asunto es que sea legal y con buenas condiciones higiénicas. En el caso de China, la mayoría de los fetos abortados son mujercitas.
En muchas ocasiones, de manera privada o pública, he manifestado mi oposición al aborto y he dado mis razones personales, propias de mi mismidad porque no obedecen ni a religiones ni a ideologías. No las repetiré.
En cambio, quiero recordar dos momentos. El primero hace 25 años, cuando organizaciones feministas bolivianas financiadas desde el exterior quisieron encontrar una brecha para propagandizar el aborto legal con el asunto de los fetos con síndrome de Down u otra malformación. Como suele suceder, recibí abucheos cuando expresé mi posición.
¿Es este el derecho a la “igualdad”, a la “libertad”, a la “fraternidad”? ¿Los diferentes tienen la oportunidad de llegar a este mundo, de nacer, de vivir? O, son parte de los desechables. La divergencia, la disparidad, las distintas posibilidades de recibir el soplo divino de la Vida, son los mayores signos de la existencia de una inteligencia superior, de la Divinidad.
El otro momento que deseo recordar, con mucho amor, es la historia de Raquelita, y en ella recordar y abrazar a muchas personas que conocí con Síndrome de Down. Al parecer sus limitaciones en unas áreas están compensadas por una infinita capacidad que tienen de dar amor, de provocar amor, de dar sentido a la Vida. Existen maravillosos testimonios familiares.
Actualmente, en víspera de la Natividad, se desarrolla la lucha de otras mujeres, algunas con el Síndrome como Heidi Crowter, contra esta nueva forma de discriminación. También se manifiestan artistas, médicos y humanistas para luchar contra esta forma perversa de las corrientes abortistas.
Por otra parte, en España, comienzan a difundirse más los casos de trastornos psicológicos, de traumas y de ansiedades que padecen mujeres que han abortado. Ya hay clínicas especializadas en este otro síndrome. Quizá nadie les avisó a tiempo que el feto abortado estará siempre en sus vidas, incluso en su espacio familiar ampliado, presente y futuro.
Columnas de LUPE CAJÍAS