La despedida de Vargas Llosa
Nos entristece lo de Vargas Llosa, pero no se trata del final de su obra. Es la despedida de su columna en “Piedra de Toque” y su anuncio de que no escribirá más novelas y que sólo le queda pendiente un ensayo sobre Sartre. Tiene todo el derecho de anunciarlo, porque, tal vez, esté cansado de tanto escribir, aun cuando si se trata de llegar al Nobel, escribir no es ninguna bagatela. Mario Vargas Llosa es, por supuesto, el mejor novelista vivo de nuestros pagos latinoamericanos, pero, además, es un pensador político que está marcando la línea correcta; obviamente que no para todos.
A Vargas Llosa lo he visto un par de veces en mi vida, nada más. Y habré hablado con él unos cuantos minutos. Pero lo conozco como si fuera mi amigo, porque he hecho amistad leyendo una buena parte de sus novelas y ensayos, y muchas de sus notas en El País, que me llegaban de manos amigas desde Buenos Aires, o las encontraba en Internet, aunque, a veces, hallarlas se convertía en un dificultoso azar.
Claro que, además de lo fantástico, Mario ha sido un autor realista, como él mismo se define. Sin conocer la realidad de la vida jamás hubiera podido escribir sus magníficas novelas. Y si, desde veinteañero, desde La ciudad y los perros, ya podía con destreza descriptiva acometer sobre las complejidades y las picardías de este mundo, es porque fue un personaje avezado, curioso y pasional. No otra cosa significa que sedujera a su tía Julia diez años mayor que él, que la amara y se hiciese amar, y que se casara con ella ante el estupor de su familia. Irse a París con su esposa, a la deriva, sin dinero, trabajando a destajo, para poder sobrevivir y escribir, fue algo heroico que no todos los literatos de la aventura parisina de aquellos años pudieron culminar bien.
Para ser tan creativo Vargas Llosa tiene que guardar mucho mundo interior. La atmósfera peruana y latinoamericana, por cierto; pero el mundo europeo, la cultura francesa en especial, y las culturas universales, también. Sin lecturas, sin conocer la historia, sin sumergirse en el pensamiento antiguo y sin discurrir sobre las ideas más importantes de hoy, le hubiera sido imposible crear personajes actuando en latitudes diversas. Esto, además de entregar una sesuda página quincenal que promueva tanto interés en la gente.
Coincidamos, entonces, en que nuestro Nobel es un personaje universal. Peruano, por donde se lo mire. Arequipeño y hasta le gusta jactarse de ser un poco cochabambino, boliviano, donde, según él, aprendió a leer. Pero es tan peruano que hasta se atrevió a entrar en ese mundo hostil y traicionero que es la política, en Perú y en todas partes. Peleó y perdió cuando nadie con mediano razonamiento podía pensar que su rival de entonces pudiera vencerlo. Y su lucha no buscaba nada que no fuera entregar lo que sabía e intentar salvar a su país de la tormenta que vivía, de la que aún no puede librarse del todo. Peruano hasta el tuétano, para sorprendernos con que había sido un cultor de su música, del valsecito, de la marinera, como describe en su última novela. Debe ser un buen bailarín y eso no se aprende entre hombres.
Así también, como amó París en su juventud, ama a España. Es un peruano-español sin duda y lo dice a los cuatro vientos. Amigo desde la inolvidable Carmen Bacells, esa generosa promotora de los autores latinoamericanos en Barcelona, pasando por Jesús Polanco, Juan Luis Cebrián, Juan Cruz y otros del oficio literario y periodístico en Madrid. Mario se ha establecido en esa hermosa ciudad, donde disfruta de su riqueza de costumbres, que tanto nos hace añorar a quienes hemos vivido allí. Escribe sobre autores españoles que ya uno los da por olvidados y los resucita, aunque sea para recordarlos un momento en “Piedra de Toque”, para que no mueran del todo. Nuestro autor ha sido un aporte importante a las letras y a la lucha por las ideas liberales y democráticas en España, en América y por donde va. Pocos pueden enseñar, como él, en un solo texto, todas las principales ideas del liberalismo.
¿Qué irá a hacer Vargas Llosa en cuanto termine su ensayo sobre Sartre? ¿Qué otra cosa que seguir escribiendo? Ya no novelas, ha dicho. Se ha despedido también de su columna quincenal. Va a leer mucho, sin duda, en su escritorio con olor a madera y libros, pero esa es una costumbre que no hará variar en nada su rutina. ¿Viajar? ¿Adónde? ¿Caminar por el pituco barrio de Salamanca? Patricia, su esposa, ya lo sentenció: “Mario, para lo único que sirves es para escribir”. ¿Hay que agregar algo acaso? ¿Existen escritores jubilados? Claro, si están locos o con Alzheimer, sí.
El pez en el agua, son sus memorias cortas, nada más; es su vida hasta hace tres décadas, cuando transitaba por los 50. Muchos son recuerdos poco gratos e inconclusos. Desde entonces hasta ahora ya podrían esperarse las memorias completas, con un cúmulo de experiencias nuevas, éxitos que seguramente no imaginó; una vida llena de sobresaltos, de descubrimientos y de asombro. Es lo que aguardamos todavía.
Columnas de MANFREDO KEMPFF SUÁREZ