El canto del cisne de un escritor cochabambino
En una entrevista televisiva que, en noviembre de 1998, le hizo Cayetano Llobet a Mario Vargas Llosa, éste afirmó con convicción: “Ojalá me consideraran un escritor cochabambino, me sentiría muy contento y orgulloso”. Es que, para el escritor nacido en Arequipa, como lo recalcó en su discurso de aceptación del Premio Nobel, lo más importante que le ocurrió en su vida fue haber aprendido a leer en el colegio La Salle de Cochabamba; además, confiesa que las primeras cosas que escribió fueron continuaciones de los libros de Dumas, Víctor Hugo y Verne, que leía en la casona familiar de la calle Ladislao Cabrera. Por todo ello es que, cuando fue declarado Profesor Honoris Causa de la universidad de Arequipa, señaló que, siendo niño, para él: “mi idea del paraíso era la ciudad de Cochabamba”.
Remitiéndonos a esas evidencias, ahora que el brillante escritor e intransigente defensor de la democracia liberal ha decidido dejar de plasmar en el papel sus impresiones de las cosas que pasan en el mundo y, más valioso para sus ávidos lectores, los avatares de escribidores, de conversadores, de habladores, de héroes discretos, de celtas, de peces en el agua, de niñas malas, de visitadoras, de madrastras y señoritas, al aclarar en su novela Le dedico mi silencio, que lo último que escriba será un ensayo sobre Sartre, estamos presenciando el canto de cisne de uno de los más grandes intelectuales de nuestro tiempo.
En la única oportunidad que tuve el privilegio de charlar a solas con Mario, en un ambiente por demás ideal: en medio de las estanterías llenas de libros de todo tipo, origen y temas de Los Amigos del Libro, en la calle 25 de mayo, frente al templo de Santa Clara, no solamente quedé impresionado por su sencillez en el trato, sino por su pasión por las letras, nombrando, comentando y saboreando al pronunciar un sinfín de nombres de autores y obras de la literatura universal. Pero, si algo merece destacarse de esa charla, fue la calidez con que se refería a Cochabamba, notándose claramente su especial aprecio por esta ciudad.
Lamentablemente, hoy podemos apreciar que poco o nada nos recuerda el paso de Mario Vargas Llosa por Cochabamba; por ejemplo, la casa de la Ladislao Cabrera sufre el deterioro del tiempo y corre el riesgo de ser demolida para reemplazarla por uno de los monstruos de cemento que afean esta ciudad. Tampoco existe un espacio público que lleve su nombre y nos recuerde ese cariño de quien se “sentiría contento y orgulloso” de ser reconocido como un escritor cochabambino.
Ojalá el esfuerzo y voluntad de algunas instituciones cochabambinas que están comprometidas con las letras y las artes, hagan posible llevar adelante un programa de homenajes y, mejor aún, animen a Mario y Patricia, su esposa —ella sí cochabambina de nacimiento—, a visitar la tierra que tanto quieren, y reciban en persona las distinciones que el premio Cervantes de 1994 y Nobel de 2010 se merece, ahora que ha decidido guardar la pluma, dejándonos un apreciable legado literario e intelectual, para orgullo de la tierra donde le sucedió lo más hermoso que la vida humana puede apreciar: aprender a leer.
Columnas de RAÚL RIVERO ADRIÁZOLA