Educación y violencia política
Durante el tiempo de lucha por la recuperación de la democracia (nov. 2019) y, particularmente, los días de la caída del régimen de Evo Morales, se escucharon consignas extremas con un alto grado de exacerbación emocional y ausencia de racionalidad en muchas personas que marchaban, sembrando pánico y muerte, en varias ciudades de nuestro país.
Gritar “ahora sí, guerra civil” muestra el desconocimiento de significado. Creerían, muchos de los que gritaban, que ello significaba jugar a las “guerritas” como cuando eran niños, aunque posiblemente quienes alentaban esa consigna sabían de las consecuencias que podían traer si llegaba a encenderse esa chispa: luto, dolor y destrucción nacional. Quizás para ellos también valía esa otra frase: “después de mí, el diluvio”.
Lo preocupante era ver esa enorme cantidad de gente, recorriendo las calles al trote, gritando esa consigna, sin saber o entender el alcance de su significado, lo que muestra que gran parte de ellos no tenía la capacidad de discernimiento o análisis de lo que sucedía, de lo que gritaban y de lo que hacían. Seguramente quienes inducían a esos gritos aprovechaban la ignorancia de la gente para generar conductas extremas alimentadas por la irracionalidad y el odio sin mayor justificación que la mentira y unos billetes de por medio. Esas conductas exacerbadas en esos momentos de tensión política son expresiones de la violencia política que, a veces, parecen muy normales en nuestro país.
Me he detenido en ese lamentable caso de violencia política por lo dramático que pudo haber sido. La mecha estaba encendida y más bien se logró apagarla. Pero ese no es el único ni último caso de violencia política que vivió el país. Arrastramos la violencia como un recurso al alcance de la mano esperando que algún día tenga que explotar.
Odio y violencia política sufrimos casi todos los días. Uso indiscriminado de dinamita en las manifestaciones; latigazos a quienes no se unen a manifestantes o que no aprueban sus métodos y demandas; violencia política contra las mujeres concejales o asambleístas; detención preventiva y tortura contra ciudadanos que piensan diferente. Hace pocos días, los dirigentes de la Federación de Comunidades Interculturales de San Julián (Santa Cruz) “condenaron a muerte” a los empresarios terratenientes de Las Londras, una de las áreas de disputa por tierra en región (Urgente.bo. 7-XII-23). De ahí al hecho queda muy poco trecho si no se toman las medidas preventivas y legales.
Esas expresiones de violencia muestran una enorme carencia de educación no solo en términos de buen comportamiento o de conocimientos, memorizados sin mayor comprensión, sino de ausencia de capacidad de discernimiento y de pensamiento crítico y autónomo, que permite diferenciar lo malo de lo bueno, lo correcto de lo incorrecto, lo legal de lo delictivo.
Esas conductas, de personas que, imagino, alguna vez fueron a la escuela, son una evidente muestra del fracaso de la educación boliviana. Que tengamos 95 por ciento de cobertura escolar primaria y que seamos testigos de semejantes conductas muestran que todavía no se ha logrado hacer de la educación un instrumento de construcción de ciudadanía. Ciudadanía entendida como el conocimiento y ejercicio pleno de deberes y derechos de las personas en una sociedad.
Constatamos así, en tales momentos dramáticos, que la educación no ha logrado consolidar una conciencia ciudadana, lo que obliga a un profundo análisis de lo que sucede en este campo y plantearnos propuestas de reforma educativa que permitan superar esas experiencias pasadas viendo gente marchar con engaños e ilusiones. Seguir con el mismo tipo de educación significará tener los mismos resultados. Sin duda, será una tarea de largo alcance que deberá permitir a la gente desarrollar capacidades de discernimiento, tener pensamiento crítico y referencias para no ser manipulados y arrastrados como se ha hecho frecuentemente.
Será importante reflexionar las características de una nueva educación. Una educación escolar, familiar y a través de los medios de comunicación masiva que permitan a niñas y niños y estudiantes, desarrollar sus capacidades y potencialidades de análisis y síntesis con pensamiento crítico y autónomo.
¿Cómo se logra esto? Por una parte, fortaleciendo conductas y actitudes en esa educación silenciosa que se desarrolla en las familias, incidiendo en el aprendizaje de valores éticos de convivencia social y de respeto hacia los semejantes; por otra parte, haciendo que los medios de comunicación masiva apoyen esta tarea con programas educativos sobre temáticas de convivencia social y de valores de nuestra sociedad; y, finalmente, a nivel escolar, modificando profundamente prácticas y contenidos curriculares de tal manera que se logren los objetivos de construcción de ciudadanía. Es una tarea complicada y de largo alcance, es cierto, pero será importante encararla, si no queremos repetir situaciones similares que podrían ser más lamentables que las que hemos vivido los últimos tiempos.
Columnas de EDGAR CADIMA G.