Rubén Afrecho y el gusano
Cuando Rubén Afrecho se topó con aquella figura extraña y roñosa, se espantó. Jamás pasó por su mente la posibilidad de que esa criatura pudiera tener relación alguna con quien otrora fuese un ilustre magistrado de su país. Pasaba que Rubén Afrecho era nuevo en aquel sitio de casas mal armadas y ventanas desencajadas, y de las pocas memorias que tenía, podía hilvanar como uno de los recuerdos más claros de la realidad que la justicia de su nación era poco menos que la porquería que pisaban los asnos y las vacas en el corral más descuidado del pueblo más olvidado del mundo.
Por eso fue que se sorprendió cuando aquella criatura, mezcla de demonio y gusano, con cuernos que parecían emerger por aquí porque algo raro parecía empujar desde allá, y que semejaba más rodar que andar, le dijo que sus recuerdos más cercanos eran los de un juez en ejercicio pleno del derecho y la jurisdicción, que en su momento supo dictar, sin que le tiemble la mano, la resolución determinante que definió que la reelección indefinida no era un derecho humano.
Rubén Afrecho supo entonces, sin saber cómo, que tamaña determinación, definitivamente no fue causada porque la justicia nacional se convirtió, de la noche a la mañana, en un órgano independiente y garante de los derechos de los ciudadanos, y que más bien se trató de la prueba reiterada y conocida, que ratificaba que el poder hacía y deshacía lo que quería, cuando quería y con quienes quería.
Extrañamente el hombre rememorara aún que todo había nacido hace varios años cuando el entonces presidente irrumpió en el poder judicial y despachó por el caño los pocos indicios de independencia que todavía tenía el órgano jurisdiccional. Su afán: ser reelegido en el sillón del poder. Desde entonces hasta hoy, el poder judicial era el arma favorita de todo aquel que se preciaba de ser un buen dictador.
Mayor fue su asombro cuando ese ser se arrastró cerca de él dejando una hilera similar a la flema transparente y trató de enroscarse en su pierna. Espantado, Rubén Afrecho se movió y la criatura, desequilibrada, cayó a un lado y decidió meterse en un agujero de la alcantarilla.
Pasado el incidente, aquel mismo día, el compadre de Rubén Afrecho le explicó que a decir de la gitana del pueblo, así era como terminaban aquellos que habían caído en la corrupción y la mentira.
Rubén Afrecho se sentó en una esquina esperando despertar de aquel sueño tan extraño, pero eso nunca sucedió, y recién se dio cuenta que esa era su nueva realidad, en un lugar que está más allá de la vida, en un sitio que los mortales llamamos con miedo: la muerte.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ