Tres grandes desafíos y oportunidades para 2024
Si alguien me preguntara cuáles son los tres grandes desafíos que debe encarar Bolivia en la gestión 2024, en los ámbitos económico y social, para mejorar la calidad de vida de la población, respondería categóricamente y sin vacilar: 1) cuidar la estabilidad de precios, 2) crecer mucho más, 3) generar empleos formales, interconectando estos aspectos de manera virtuosa, como paso a explicar.
En primer lugar, mantener la estabilidad de precios es primordial, porque de no ocurrir esto, no solo la economía popular sino también la actividad productiva, se verían afectadas por el incremento del costo de los bienes y servicios, así como de los factores de producción, algo que en la práctica ya viene ocurriendo, si bien el impacto aún no es perceptible porque las subvenciones, controles de precios y el contrabando moderan en gran parte la inflación.
En segundo término, está el desafío de subir la tasa de crecimiento del producto interno bruto para recuperar el “tiempo perdido” entre 2020 y 2022, siendo que la tasa neta de expansión de la economía boliviana desde el año de la pandemia hasta la gestión pasada ha sido prácticamente cero, mientras que la población ha continuado su crecimiento vegetativo, lo que en otras palabras significa que, en términos reales, se ha frenado el crecimiento que, por cierto, ya era bajo en 2019 —apenas 2,2%— esperándose para este año un 2,7%.
En tercer lugar, está la gran, la enorme, oportunidad de que —siguiendo la consigna de producir bienes y servicios hasta que sobreabunden en el mercado interno— este proceso permita no solamente mantener precios bajos, sino además, generar de forma masiva empleos formales, bien remunerados y sostenibles en el tiempo, algo que cambiaría la vida de la gente para bien, dándoles dignidad, permitiéndoles realizarse como seres humanos y lograr su desarrollo personal.
Ahora, si me consultaran si todo aquello será fácil o difícil de alcanzar, contestaría, sin dudar, que el lograrlo es mucho menos difícil de lo que se piensa y mucho más fácil de lo que se imagina. ¿Por qué digo esto? Porque cuando la visión para hacer algo es clara, cuando existe la determinación de hacerlo, y, cuando las condiciones objetivas apuntan a pensar que es posible, más de la mitad del trayecto ya está recorrido y solo resta traducir los objetivos en metas.
Las interrogantes que seguramente surgirían, con esperanza para unos y escepticismo, para otros, podrían ser: ¿Cómo se haría? ¿Quién lo haría? ¿Por qué se haría?
El cómo hacerlo, es fácil de responder: invirtiendo más, no hay mejor posibilidad de hacerlo que aumentando la capacidad de producción.
En cuanto a quién lo haría, la contestación es también sencilla: los empresarios.
Finalmente, respecto al por qué lo harían, la respuesta tiene que ver con su razón de ser. Así como en el burócrata está el trabajar en una oficina, y en el obrero, emplearse en una compañía, en el empresario el invertir está en sus genes. Arriesgar para ganar es su leitmotiv, y la consecuencia: aumentar la oferta de bienes y servicios, contribuir al crecimiento de la economía formal y legal, a la vez que genera empleo.
Pero, no es que el empresario deba o pueda hacerlo todo solo, ya que, para lograr tan importantes tareas, el Estado —mediante los órganos Ejecutivo, Legislativo y Judicial— deberá ser un actor fundamental, propiciando las condiciones necesarias para ello, por ejemplo, garantizando la seguridad jurídica, un botón basta de muestra.
¿Cómo lograr que un país tenga alimentos garantizados a precios accesibles y que al mismo tiempo crezca y genere empleos de calidad para sus ciudadanos? ¡Simple! Dando condiciones a los productores del agro para que hagan lo que saben, lo que pueden y lo que quieren hacer: invertir por su cuenta y riesgo, y producir abundantemente para abastecer en demasía el mercado interno y exportar cuantiosos excedentes. La sobreproducción traerá como efecto tres resultados: abundancia de alimentos a precios económicos, divisas por la agroexportación y empleos e ingresos para la población de un país autosuficiente y agroexportador.
El corolario sería estabilidad de precios en el país; crecimiento del PIB por encima de lo que lo sería si solo se basara en satisfacer la demanda interna y, lo mejor de todo: muchas, muchísimas familias, felices con tal situación y no solo en el campo, sino, en sectores impactados por su efecto multiplicador a lo largo de una extensa cadena productiva donde los jefes de hogar tendrían empleos e ingresos garantizados.
Lo dicho suena tan, pero tan sencillo, que hasta parece imposible, pero no lo es. Sin embargo, lo sencillo puede tornarse complejo a la vez. Será sencillo si se imita a países exitosos donde el trabajo público-privado permite buenos resultados; pero se tornará complejo si no hay la buena voluntad de los administradores del Estado para permitir “hacer”, empezando, por ejemplo, por algo tan básico como garantizar la seguridad jurídica a quienes invierten en el país.
El autor es economista, magíster en comercio internacional y gerente del IBCE
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