Ser o no ser un energúmeno
Me han hecho notar, con un par de ejemplos muy pertinentes, que en ocasiones mis palabras están llenas de exaltación, e incluso de furia. Parece que doy la impresión, al menos a algunas almas sensibles, de no respetar lo que mis conciudadanos consideran valioso y positivo.
Como estamos en enero, periodo propicio cambiar ciertos hábitos (o al menos intentarlo), he aceptado el desafío de hacer un examen de conciencia. Y resulta que sí, que soy un energúmeno. No descarto tampoco lo de irrespetuoso, por supuesto.
En mi descargo, debo decir que nunca tuve la paciencia ni la aplicación para memorizar las convenciones y mentiras tranquilizadoras de nuestra sociedad. Desde niño fui un muy mal alumno en esa materia. Así, frente a alguien corrupto o inepto, sólo se me ocurre señalar su corrupción e ineptitud, sin adornos, vueltas ni excusas.
Peor aún, nunca fui bueno en eso de encontrar la opinión más popular en un momento dado, para ajustarme a ella y tener más amigos. Como buen energúmeno, dije siempre lo que estimaba correcto, aunque el rebaño... digo, nuestra amable colectividad, pensara lo contrario.
¿Evo Morales era el enviado del cielo? Siempre lo dudé. ¿El color de la piel determina el carácter y el valor de una persona? Nunca tomé en serio esa tontería. ¿La izquierda es moralmente infalible y eternamente buena? Me cuesta aceptarlo... Y así, en infinidad en temas, me vi siempre enfrentado a la opinión mayoritaria en nuestro atormentado país. Cosa que me granjeó numerosas antipatías, por cierto.
Pero bueno, quizás vale la pena cambiar este mal hábito. En parte porque estoy hiriendo a muchas almas sensibles... y en parte porque estaría perdiendo muchas oportunidades laborales. ¿Qué institución, pública o privada, se va a animar a contratar a alguien que trata de “degenerado” al todavía querido Morales, ese mesías andino, y de pusilánimes a sus adversarios?
Columnas de ERNESTO BASCOPÉ