¿Quién es Taylor Swift?
Soy más amante que conocedor de la música popular y he pasado por una larga lista de amores virtuales, unos que todavía cultivo y otros que he olvidado, quizá injustamente. La primera quizá haya sido Carol King, aunque preferiría decir que fue Violeta Parra más que Mercedes Sosa, no por la voz sino por el sentimiento. Después, no en el orden de sus vidas sino de mis descubrimientos, Janis Joplin y Juliette Greco más que Edith Piaf, sin explicación; Elis Regina más que María Bethânia, y otras que no duraron ni un bailongo.
También hubo hombres en mi vida —no me importa que me citen fuera de contexto—, más por sus letras que por sus voces; para masculina tengo la mía, aunque sea desafinada. Leonardo Fabio más que Piero, pero por poco. Sabina más que Serrat, Lennon más que McCartney (obviamente), Pablo Milanés, solo por Yolanda, más que Silvio y Caetano más que Chico, y sumo otros tantos olvidos.
He sido y sigo siendo más de cantantes que de grupos, con todo respeto por Santana, Mecano y los Beatles. El hecho es que en algún momento perdí la pista de las novedades, pasé al jazz y de Madonna y JLO ni me enteré más que por la farándula de las revistas en la peluquería, y si las oí en algún ascensor de la vida, no me impresionaron como para recordarlas. De todas maneras, ya tenía más discos que los que la vida me iba a permitir escuchar debidamente.
Hasta que apareció ese vozarrón airado de Amy Winehouse (que tan prematuramente se fue) y me di cuenta de que a mi cuenta le faltaba una.
Cuando apareció Taylor Swift en las noticias, mis prejuicios y mis viejos amores me hicieron creer que una rubia que movía multitudes gringas y millones debía ser de las q’aimas, musicalmente hablando, pero tanto golpearon las noticias con sus conciertos en Brasil y Argentina, que decidí chequearla. Para mi suerte, lo primero que encontré en YouTube fue un miniconcierto; en realidad un recital, que ella dio en una librería, como los que da mi hija, la comediante. Una cosa íntima, en conexión directa con las cien o menos personas presentes.
Ahí estaba ella, una mujer bonita, por cierto, con su guitarra o sentada al piano y nada más, y se puso a cantar sus cosas, cantando, contando, como quien está con amigos. Esta no es del montón, me dije; tiene cabeza y la usa para componer.
Hay los que cantan por cantar o por ganar plata. En esto no hay pecado. Como diría un libertario, quien hace fortuna hace patria. No sé cómo se dirá esto en inglés, pero debe tener su traducción porque todo lo que ellos dicen viene de enlatados de allá.
También están los que cantan porque tienen algo en el pecho que lucha por salir, a los que “su corazón se lo comen las serpientes”, como dice la Celestina. Esas son las Amy House y Janis Joplin, que quieren pelear con el mundo porque sienten que el mundo está peleado contra ellas, y pelean sin cuartel, hasta la muerte.
Junto a ellas están las que cantan porque lo que quieren decir les viene pensando. Entre estas, me parece que está Taylor Swift.
“Toma las palabras por lo que son / Un éxtasis mercurial que se apaga / Una droga que sólo funciona / Las primeras cien veces”.
La mayor parte de sus canciones habla de amores partidos.
“No me trates como una situación que necesita ser resuelta, / estoy bien con mi rabia y mis lágrimas. / La única manera de recuperar mi dignidad / era convertirla en una especie de misterio. / Si terminé quemada, al menos nos electrocutamos”.
Además de hablar de amores, Swift ha elegido apoyar la causa de la inclusión sexual, y dentro de ese universo de barreras, ha elegido el mundo queer. Aquí, donde todavía estamos queriendo educar a los homófobos, eso de queer nos parece realmente queer. Para el o la que quieran ver un poco de su estética particular, sugiero el video clip de Taylor You Need to Calm Down, en YouTube. No es su mejor letra, pero da una idea.
Estas letras quizá no impresionen a los amantes de Góngora o Vallejo, pero con cosas como estas Dylan ha recibido el Premio Nobel de Literatura y Swift ha sido elegida el personaje del año por la revista TIME. Quizá haya sido más por sus ceros que por sus rimas, pero ella tiene apenas 32 años. Hay que darle tiempo. Si el mercado no la ha olvidado antes de que cumpla 40, quizá pase al panteón de las inmortales.
De despedida, una muestra más:
“Quiero auroras y prosa triste. / Quiero ver la glicinia que crece / sobre mis pies desnudos / porque hace años que no me muevo / y quiero que estés ahora aquí”.
Si crees que esto no es poesía, quizá sea porque el siglo XXI te ha dejado atrás, como me ha dejado a mí, que sigo enganchado con Violeta, Lennon y Greco, irremediablemente.
Columnas de JORGE PATIÑO SARCINELLI