La deuda tiene rostro de mujer
La sociedad del consumo se ha constituido en una especie de espejismo que ha posibilitado que las clases populares puedan acceder a ciertos objetos materiales. Hoy en día, vivir con ciertas comodidades y adquirir bienes puede posibilitarse a través de ofertas crediticias, haciendo que las personas se endeuden.
Las condiciones de endeudamiento sobre los hogares exigen el desarrollo reactivo de estrategias que permitan volver sostenible su economía. En este sentido ¿cómo una persona va resolviendo su situación de endeudamiento? como menciona Lourdes Angulo Salazar (2013) en su investigación “Prácticas financieras riesgosas para afrontar la crisis económica en los hogares: Entre malabarismos con el dinero y sobreendeudamiento”, la respuesta tiene relación con los recursos materiales y simbólicos de los que puede echar mano y éstos se delimitan por su condición de clase, de género y étnica.
Las fiestas de fin de año fueron la excusa perfecta para reunirme y reencontrarme con amigas muy queridas. Entre los muchos temas de los que hablamos, mencionamos las deudas que asumimos para facilitar nuestra vida cotidiana. La compra de electrodomésticos, la construcción de espacios en sus hogares, los préstamos para sobrevivir en una nueva ciudad al mudarnos, etc.
Esta responsabilidad con la deuda nos obligó a crear estrategias de reorganización, a “hacer malabarismos con el dinero” para sobrevivir, tuvimos que aprender a usar información combinada de plazos, intereses, montos y desarrollo de habilidades que facilitan el acceso a recursos financieros. De alguna manera, nos dimos cuenta de que íbamos midiendo nuestra capacidad de endeudamiento.
Con la experiencia de todas, unas casadas, otras solteras, algunas con hijos e hijas, pero todas administrando la economía de nuestros hogares, nos dimos cuenta de que la deuda del crédito tiene que ver con las mujeres y con cómo comprometen el dinero que llega a sus manos en la reproducción familiar, asumiendo lo que Michelle Perrot denominaba un “matriarcado presupuestario sutilmente invisibilizado” (Perrot en Wilkis, 2013: 243), pues los gastos deben ser pensados en la reproducción de la vida cotidiana: alimentación, educación, movilización, deudas.
Esta “financiarización de la vida cotidiana” como lo menciona Arien Wilkis (2014) en su análisis “Sociología del crédito y economía de las clases populares” se convierte en un nuevo habitar el mundo, pues ahora, el préstamo plantea sus propios tiempos y reglas, la vida se redefine.
Lastimosamente, en la crisis que estamos atravesando, la deuda cumple dos funciones: la posibilidad de tener propiedades (esto lo vemos con los créditos de la casa y del carro) y es también un dispositivo que configura las condiciones de vida diaria (la organización de la economía del hogar con relación a la distribución del dinero que está condicionada por la gestión de las deudas).
Finalmente, hablar sobre el tema es “sacar del closet a la deuda”, como menciona Verónica Gago y Lucy Caballero (2019) en su escrito “Una lectura feminista de la deuda”. Conversar sobre la deuda, es “practicar un gesto feminista sobre la deuda: desconfinarla, desprivatizarla, y ponerle cuerpo, voz y territorio y; desde ahí, investigar los modos de desobediencia que están experimentando”. Hablar del endeudamiento, nos permite entender la problemática colectivamente.
Columnas de DYANN SOTÉZ GÓMEZ