Otra vez la cantaleta del candidato único
Las próximas elecciones generales en Bolivia no se realizarán hasta el 2025, pero ya circulan las especulaciones respecto de los posibles candidatos presidenciales. Y no es para menos: es importante y es sabroso.
Del lado del oficialismo, los dos que se pintan con posibilidades están trenzados en una chuña impensable hace tres años, que todavía no se sabe cómo va a terminar. No falta quien diga que es todo para la galería y que, llegada la hora, se darán el abrazo que los una. Quién sabe.
La división en el oficialismo debería ser buena noticia para la oposición, pero el vacío de opciones es dramático. Es como si el arquero del otro equipo se hubiera fracturado el brazo, pero eso de nada sirve porque ninguno sabe patear al arco. Más que dramático, es patético.
En ese escenario antinatural de tener seis millones de electores en busca de candidato, y no al revés, vuelve al debate la vieja idea de que la oposición debe unirse en torno a un candidato único. No es la primera vez, pero su olor a guardado no impide que la defiendan articulistas cuyas opiniones no se puede en absoluto despreciar. Que tres de los que he leído recientemente —Flores, MacLean y Papic— sugieran que ese candidato deba ser libertario, hace sospechar que estos tienen uno bajo la manga y, por parecer discretos, no lo revelan.
Sin embargo, el argumento tiene suficiente peso como para que merezca ser debatido ignorando posibles motivos. No es un bueno criticar una propuesta sobre la base de tales sospechas. Al final de cuentas, si una idea es buena, sigue siendo buena, aunque las motivaciones que la produjeron sean malas. Lo digo como cosa general.
La idea de ese candidato único responde a una sensación de debilidad ante un poder abusivo y de aquella vieja intuición de que la unión hace la fuerza, recogido en el lema nacional. Pero deberíamos recordar que no todas las uniones son más que las sumas de sus partes.
En lo que sigue argumentaré que la idea no es buena porque es antidemocrática, inviable en el actual panorama político y a la larga contraproducente para los objetivos de la oposición y del país.
En primer lugar, es antidemocrática porque si en un hipotético contubernio un grupo de personas se ponen de acuerdo en que el candidato único sea, digamos, un libertario, a los que el libertarismo nos espanta tanto como el masismo y preferiríamos algo que no sea ni tan chicha ni tan limonada, esos individuos nos habrían robado una opción de la manera menos democrática posible: decidiendo entre unos pocos.
En segundo lugar, es inviable porque no existe en el horizonte el candidato que tenga el carisma, el juego de cintura y la generosidad para negociar, y la experiencia y capacidad para agrupar en torno a sí a todas (o casi) las fuerzas de la oposición.
En todo caso, sugiero que, si se conforma ese comité de selección, ignorando los pruritos democráticos que señalo arriba, tengan en cuenta en sus términos de referencia la distinción entre un buen candidato y un buen presidente (potencial, claro). Esto porque, aunque admito que mi bola de cristal no es de última generación, no veo ningún candidato con posibilidades de ganarle al MAS esta vez.
De hecho, voy más lejos; creo que no es aún hora de ganarle al MAS. Estamos hasta ya sabemos dónde con el MAS, pero este partido tiene todavía suficiente apoyo popular (aunque no sea mayoría) y le queda suficiente fuerza, como para hacerle la vida imposible y el país ingobernable a ese nuevo presidente, sea quien sea. Ante el enemigo común, las partes hoy en pugna se volverán a unir, y ya sabemos cómo operan en oposición.
Los gobiernos del MAS pueden haber ya causado suficiente daño a la economía y a las instituciones como para mecer ser despedidos sin desahucio, pero temo que esa percepción no es tan abrumadora como para anular su capacidad de movilización. El ciclo político del MAS no ha concluido y es mejor, por costoso que sea, dejar que se agote. Más costoso sería que vuelva el MAS de las cenizas. Hay que admitirlo: no tenemos buenas opciones y hay que elegir la menos mala. Lo otro es alimentar ilusiones.
Admito que no tener un candidato único de la oposición prácticamente elimina la posibilidad de que esta vaya a una segunda vuelta. Pero lo que está en juego es la composición del Parlamento y el objetivo debería ser llegar al tercio más uno para evitar que el MAS siga gobernando abusivamente. Es modesto el objetivo, dirá el lector, pero con los candidatos que aparecen, yo lo veo hasta ambicioso.
Evidentemente, todo esto no pasa de una lectura, que no espero que todos la compartan. Pero, al final de cuentas, ni el prurito democrático ni la perspectiva de una victoria pírrica entrarán en juego en la práctica porque antes de eso, creo yo, primará la imposibilidad de encontrar ese gran candidato unificador con el que sueñan algunos.
Columnas de JORGE PATIÑO SARCINELLI