Códigos de hermanas
Las familias actuales son distintas en conformación y estructura. En el esquema prevaleciente en el siglo XX la familia nuclear respondía a un tipo de familia y sociedad imperante.
Desde el mundo de las mujeres, las primeras asociaciones que conocemos son las mujeres de la familia. Ellas constituyen una parte de nuestra identidad, las más próxima y cercana para concebir la vida bajo nuestra propia dirección o luchar por el reconocimiento de las ideas propias y visiones del mundo. Para pensar en el futuro como devenir y no como destino.
Las ancestras de mi familia han sido fuente permanente de reconocimiento que me ha permitido la autoidentidad y la autoestima de género. Y las hermanas son el núcleo existencial para el aprendizaje de la emancipación y del aprender a mirarnos como somos.
Por eso mis hermanas son únicas. Para nosotras, reunirnos una vez al año es un ritual sagrado. Nuestra vida de hermanas ha sido en presencia y en ausencia. Ahí estamos, porque los lazos de la sangre y del afecto nos llevan a los encuentros esperados. Disfrutamos juntas, hablando de mil cosas, recordando anécdotas, amores que cambiaron el curso de nuestras vidas o sobre el atardecer de nuestros padres.
Estamos pendientes las unas de las otras, con códigos que solamente nosotras comprendemos. Tenemos muchas maneras de escudriñar en la vida de nuestras hermanas no por un ejercicio vano, sino para asegurarnos que pese a los cambios y pesares que se dan en cualquier vida, su sentido de lucha y determinación sigue intacto. También la travesía que cada quién ha experimentado para ganar su independencia, seguridad y autonomía.
Con frecuencia nos preguntamos sobre el futuro de las siguientes generaciones. Tratamos de disipar las preocupaciones que nos causan sus luchas diarias por hacerse de un lugar en el mundo. A veces, discurrimos si el exceso de cuidado de los otros no entorpece los sueños de los más jóvenes.
Me dejan pensando cuando me creen más celestial de lo que soy. Parece que olvidaran que vivo fuera del país más tiempo del que he vivido en Ecuador. Mi país es parte de una identidad que solamente se entiende desde él. Para un migrante, el país de origen es un holograma, es parte de uno, está incorporado y asumido en la identidad individual.
Las maneras en que estamos pendientes las unas de las otras, me hacen sentir que el amor es una fuerza poderosa y tangible. Solamente ellas, con su amor infinito, pueden leer en mi alma y explicar que la hermandad es inalterable y omnipresente.
Ciertamente, mis hermanas preciadas, tradicionales y modernas como yo misma, representan el empuje del agua, la persistencia del viento, la firmeza de la historia común, la garúa finita de la sierra ecuatoriana y el valor del amor como antídoto frente a los vaivenes de la existencia propia.
Quisiera escribir más sobre las virtudes que las distinguen a cada una, pero no es necesario. Ellas son simplemente ellas mismas, herederas de un linaje femenino al que honran y de un mundo al que pertenecen y ese también es mi mundo.