De bloqueos y canallas
Soy enemigo de los bloqueos, y es que estos son una forma de secuestro, una coerción a la libertad fundamental de las personas. Aparte de este hecho de principio, siendo alguien que ha vivido casi toda su vida de la actividad del turismo, me siento doblemente afectado cuando tengo que enfrentarme a una situación de cierre de carretera. En mis tiempos de pequeño empresario, los bloqueos de Evo, podían en determinado momento convertir lo que había sido una buena venta de servicios en una pesadilla que concluía con una enorme pérdida económica. En otras palabras, se terminaba más pobre que cuando había empezado el servicio.
En una oportunidad, me tocó vivir la angustia de unos pasajeros que no pudieron cruzar un bloqueo entre el Lago Titicaca y La Paz para recibir atención médica. El miedo de la mujer, con síntomas que hacían temer un infarto, el auxilio médico, solo por teléfono, que no podía recetar otra cosa que reposo y calma, y tener al día siguiente que volver a Perú para recibir atención médica, significaron horas de angustia e impotencia. Un bloqueo que no deja pasar una ambulancia es criminal.
Hoy una parte de los masistas pareciera que hubiera entrado en razón. Aunque el origen del poder de su movimiento fue la capacidad de su líder de estrangular al país, bloqueándolo desde Chapare. Los luchistas han descubierto, y lo gritan a los cuatro vientos, que los bloqueos causan estragos a la economía del país, y que son inhumanos, pueden inclusive causar la muerte de muchas personas, sin necesidad de que se dispare un tiro.
Era conocido que los bloqueos, las movilizaciones, tenían algunas características poco ortodoxas que los convertían en procesos poco honorables. El hecho de pagar en algunos casos a los manifestantes, o bloqueadores, o cobrar un peaje a la gente extremadamente urgida para dejarla pasar, está de alguna manera registrado, pero lo interesante es que ahora la denuncia de esas irregularidades y actitudes canallas no las hace la oposición o la “extrema derecha” o los “imperialistas”, sino el mismísimo MAS. El MAS reconoce su modus operandi.
Hay algo peor, y son las muertes. Éstas benefician a los bloqueadores, y es por eso que mentes maquiavélicas planifican una situación de enfrentamiento o la facilitan. Es posible que éstas puedan también darse de una manera fortuita, pero ahora tenemos una denuncia, que, viniendo del MAS, de los expertos en bloquear, califica como confesión. Un masista de alto rango, ahora en funciones de ministro, ha dicho claramente que sus primos hermanos (políticos) están buscando un muerto para acortar el mandato presidencial, vale decir, hará lo que se le hizo a Goni en 2003.
Las declaraciones de los masistas que están gobernando no sólo desenmascaran su partido, sino que dan una interesante luz para volver a analizar los eventos de hace 20 años. Lo que hemos vivido entonces fue una lucha por el poder, y no para que el pueblo llegue al poder, sino para que un grupo lo tome en nombre de éste. Es una historia muy vieja, que tiene algunos capítulos más sórdidos que otros, el capítulo MAS-IPSP, es de espanto.
¿Tendrán estas constataciones algún efecto en las próximas elecciones? Esperemos que sí, pero no olvidemos que hay una narrativa, mezcla de mesianismo, y caudillismo barato, y salpimentada con victimismo que puede todavía convencer a una importante parte de los electores. Estoy seguro de que habrá un significativo grupo de electores que votará por el MAS a pesar de cualquier evidencia.
Evo Morales fue el principal responsable de todo lo que pasó en 2019, precisamente por haber violado la Constitución, y por quererse aferrar al poder a como dé lugar. No ha aprendido nada con ese episodio, solo que él es mucho más feliz teniendo el poder, y está dispuesto a apostar por esa posibilidad, así sea hundiendo a un gobierno de su partido. En este momento, es, sin lugar a dudas, el principal antagonista de Arce, y lo es sólo porque está buscando su beneficio personal. Triste figura la del principal representante de la “reserva moral de la humanidad”, como se autocalificó aquel lejano 22 de enero de 2006.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ