Construyamos ciudades para las personas
Jan Gehl, arquitecto y urbanista danés, ha incorporado la categoría “Ciudades para las personas”, reconociendo la importancia de los seres humanos como centro del desarrollo.
Cuando se estudian las dinámicas urbanas, encontramos que las personas modelan y crean su espacio urbano y que una vez ello está realizado, las ciudades adquieren dinámica propia y obligan a las personas a vivir según las definiciones adoptadas. Y aunque pueden corregirse pues la vida urbana es dinámica —como lo demuestran las intervenciones de Gehl en Copenhague, Melbourne, Londres y Nueva York—, sus modificaciones tienen un costo mayor. Desde la década del 40, las políticas urbanas priorizaron las vías públicas en favor del automóvil privado, considerando distancia y velocidad e ignorando los 5 km por hora en los que nos movemos las personas sin vehículo. Al no considerarse debidamente el uso del espacio público, este pasó factura con la “gentrificación”, nombre de los espacios generalmente de los centros urbanos, que son progresivamente abandonados o sometidos a dinámicas de especulación que expulsa a los habitantes originales.
Utilizando esas claves, he identificado el pensamiento político del desarrollo urbano de Santa Cruz de la Sierra, con perspectiva hacia la región metropolitana. Este ejercicio es válido para cualquiera de nuestras ciudades que están todas en construcción y por ello son todavía manejables en función del volumen, pues estamos muy lejos de los 38 millones de habitantes que tiene Tokio. El Plan Techint modeló nuestra vida desde 1960 con un “desarrollo urbano definido por una estructura de vías radioconcéntricas, insertando en las áreas de expansión el concepto de la unidad vecinal”. La propuesta ordenaba cuatro áreas fundamentales, recuerda Carola Traverso: “vías de acceso, zonificación, servicios y unidades vecinales”.
Esa descripción se resume en la impronta fotográfica de anillos, radiales de penetración, áreas de equipamiento, centro industrial, y distritos, complemento de ordenamiento territorial que vino después como parte del trabajo de la Oficina del Plan Regulador. “Si bien los planos de Techint fueron rápidamente modificados, la estructura global de la propuesta fue la base técnica para la implementación del alcantarillado sanitario y pluvial, del sistema de distribución de energía eléctrica, del sistema de agua potable, de la red telefónica y, a partir de 1966, de la pavimentación de las calles de la ciudad”, escribe Victor Hugo Limpias.
De esos tiempos vienen las cooperativas de servicio público y la primera loseta que se colocó el viernes 16 de septiembre de 1966. En 1960 la ciudad tenía 70.000 habitantes con una proyección al año 1980 de 180.000. Sin embargo, para el censo de 1976 ya tenía 254.682 habitantes y aunque la propuesta de gestión democrática y gobernanza territorial era muy débil, la ciudad soportó, sobre su diseño original, el crecimiento migratorio exorbitante que tiene.
La “amable ciudad vieja” de Otero Reiche, pasó de un ingenuo casco viejo, malla urbana con cuadrícula de manzanas y cuadras de 100 metros de longitud, al pensamiento ordenador de Techint que fijó el imaginario colectivo: “vivo entre el 4to y 5to anillo”, “colapsó el canal de la radial 19”, “se remodeló el polideportivo de la UV 30”. La Ordenanza 22/90 del alcalde Percy Fernández y la Participación Popular desde abril de 1994, cerraron el círculo.
¿Como podemos recuperar ese tiempo abandonado por el desprecio a la planificación y al trabajo con la gente? La agenda del siglo XXI nos encuentra con tareas medioevales de los burgos todavía inconclusas. Seguimos discutiendo seguridad ciudadana, administración de mercados, carencia de catastro multifinalitario, regulación del uso del agua, la tierra y el espacio público, tratamiento de los residuos sólidos, con tareas por las que se pagaban impuestos al señor feudal. Fernando Prado Salmón, nuestra consciencia urbana, recuerda las tareas pendientes: “planificación y sostenibilidad ambiental, acceso eficiente y equitativo a los servicios, apoyo a la actividad económica productiva, saludable y segura para la vida humana, ciudad educadora con promoción de la cultura, el conocimiento y la inclusión, y con gobernanza democrática”.
Dicen las investigaciones que cuando se impone el control mafioso sobre el transporte y el comercio ambulante existe riego de debilitamiento de la vida comunitaria. Y, al contrario, cuando hay aceras con niños y ancianos caminando, personas jugando ajedrez en asientos sombreados de calles, avenidas y plazas, ciclovías respetadas, cafeterías para los encuentros, retreta en las glorietas, fibra ancha abierta y cercanía administrativa y de servicios, la gente recupera el verbo callejear como señal de salud colectiva.
La región metropolitana es un asunto de proporción y volumen. Lo que está claro, es que no podemos improvisar y vamos a tener que escuchar más a Pedro Ortiz sobre lo que está ocurriendo en el mundo sobre estos temas. Es el mandato de Rómulo Gomez: “Viajero que llegas, párate un momento… Nosotros gustamos de hablar al viajero / porque ha visto cosas que aquí no tenemos; / porque en otros pueblos conoce la vida / y puede enseñarnos lo que se precisa”.
El autor es director de Innovación del Cepad
Columnas de CARLOS HUGO MOLINA