De dólares, calzones y bandas borrachas
Jacinto Verdever es un importador de lencería recatada. Está en la calle en busca de 2.000 dólares para gastos operativos de su viaje a Colombia de donde comprará ropa íntima por un valor de 200.000 dólares. Como en el pasado, pretende hacer una transferencia bancaria a su proveedor y llevarse algo de efectivo.
Jacinto sabe que no hay dólares y que la policía secreta nacional decidió perseguir tanto a los que compran la divisa como a los que venden. Los hombres del orden pretenden hacer desaparecer la especulación a palo. Según ellos, nada como un buen carajazo y una apretada de guindas para que las leyes del mercado se moderen.
Nuestro buscador de dólares conoce las artes y partes de la informalidad. Entra a una casa de cambio con aire distraído y pregunta si hay washingtones. Ante la negativa, se retira lentamente saboreando el eco de la respuesta adversa. Sabe que dejó plantada la semilla de la demanda. A 25 metros del recito, la oferta se hace presente. Un sujeto vestido con su mejor traje de anónimo se le acerca, como quien no quiere nada, y con media boca le dice: “Joven, ¿cuántos verdes quiere?”. Jacinto mira a su alrededor. Verifica que no hay ningún paco de civil, escanea a todas las personas que están a su alrededor en busca de signos sospechosos. Y cuando se siente seguro, también con boca chueca responde: “Dos palos. ¿A cuánto están?”. “A 8, jefe”, el cambista. Jacinto, con la mirada desaprueba la oferta. Están negociando clandestinamente a plena luz del sol y a puro gestos. “7,80, ultimo”, sentencia el ofertante y con un movimiento de wistupiku, le indica que lo siga. Entra a un snack pequeño. Los olores intensos de la salchipapa y el pollo al horno anuncian la llegada del mediodía. Hora del morfe. La que atiende en el lugar pide la contraseña: “¿Qué se van a servir?”. El operador criollo de la Camacho Street, responde: “Para comenzar, pancito con llajua”. Y con los ojos, la cocinera y cómplice señala una puerta del fondo que está detrás de una cortina. En el cuarto contiguo, dos personas fingen que conversan.
El cambista dice: “2.000 a 7,80”. Un señor que parece disfrutar de su gordura responde lacónicamente el valor total, y espera la entrega. Debajo de la mesa, surge un maquina contadora automática que se traga eficientemente los bolivianos. De una riñonera, oculta bajo un grueso saco, saca los 2.000 dólares. Jacinto cuenta nerviosamente los billetes y comienza a acariciar, pellizcar y ver a tras luz la marmaja del imperio. Es una tentativa inútil saber si son falsos. El que parece ser el dueño del negocio, con voz ronca afirma: “Sellados están, joven, con mi lagartito rojo. ¿No ve? Yo trabajo solo con los que llegan del Chapare. Sacuda el billete y vera que Don Benjamín no se despeina. No hay pierde, amigo”. El importador sale victorioso de la transacción y se dirige al banco. Ahora debe realizar la transferencia de los 200.000 dólares a Colombia.
En la Camacho Street, Jacinto entra a su banco y habla con el oficial de negocios, un mozalbete de arete en la oreja izquierda y mirada de ispi. Frente al requerimiento de hacer la transferencia de los dólares al exterior, éste, a quemarropa, le dice que la comisión es 20 por ciento. Jacinto, espantado, reacciona y pregunta con rabia contenida: “¿Por qué tan caro? Si yo pagaba máximo 3 por ciento en el pasado...” El funcionario responde algo inseguro: “No somos nosotros que hemos aumentado la comisión. Le voy a explicar cómo funciona el mercado de los dólares. En primer lugar, los bancos, hace unos cinco años hemos prestado 3.000 millones de dólares al Banco Central de Bolivia. A cambio, se recibieron bolivianos para realizar préstamos. Ahora, nos dicen que no tienen para devolver. Me puede bolsiquear si quiere, no tengo dolarachos”, bromea el joven bancario. Entonces, para conseguir sus 200.000, el banco debe comprar en el mercado los dólares y éstos están a 7,90 bolivianos. O más, debido a la gran escasez. Washingtones a 6,96 bolivianos y la cara de Dios Usted ya no va a ver. En rigor, nuestra comisión es más o menos la misma del pasado. Las elevadas comisiones, en realidad, están reflejando el mercado de las divisas. Eso sí, para conseguir el dinero va a tener que entrar a una fila electrónica que puede durar más de un mes.
Furioso, dice que se quejará a la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (ASFI). El funcionario pone cara de póker y le dice a Jacinto que llene una queja, un Odeco. Con la bronca en las venas, Jacinto vuelve a casa y comenta el incidente a su esposa, Teruca Saltibajes. Ella le comenta que acaba de ver, en las noticas, que la ASFI creó una banda para las comisiones bancarias que varían entre 5 y 10 por ciento. “¡Aleluya!”, explota Jacinto. Problema resuelto.
La compañera del importador increpa a Jacinto: “No, pues, querido. No es es tan simple. No estás entendiendo cómo funciona el mercado. Eso te pasa por faltar a tus clases de macroeconomía con el Chávez. ¡Ch’achón! En la U te la pasabas en el taco, en vez de aprender cómo funcionan los mercados de las divisas”.
“A ver, te voy a refrescar la memoria. La oferta de verdes proviene de las exportaciones, las inversiones extrajeras, los préstamos o las remesas internacionales. Estas fuentes están secas o muy bajas y nada ha cambiado. En rigor, la banda es una forma de control de precios del mercado que solo va a generar más escasez de dólares. Con esta banda de precios, de taquito están devaluando el boliviano. En los hechos del mercado, el Gobierno está determinando nuevos precios del dólar, a saber: 7,30 a 7,65 bolivianos. ¡Y habrá que ver en coca si esto regulariza el mercado, Waway!”.
Teruca comienza a cantar una vieja música de Los Wawancos: “Lo que pasa es que la banda está borracha, está borracha”.
“Ahora, escúchame bien, Jaci. Si los exportadores no traen los dólares, no salen estos del Colchón Bank y la banda no funciona, sospecho que el Gobierno decretará control de capitales (obligará a los exportadores a entregar los dólares) e impondrá restricciones a las importaciones, como en Argentina, complicando más la situación”, afirma sabiamente Teruca. “Así que no seas Tribilín y anda a hacer la transferencia. Total, las doñas igual van a pagar más caro por los calzones”.
El autor es economista
Columnas de GONZALO CHÁVEZ A.