El 8M y la guerra contra las mujeres
“La humanidad es la especie más estúpida. Es la única donde los machos matan a sus hembras”, sostuvo la antropóloga francesa Françoise Héritier y calificó la discriminación a las mujeres como un fenómeno de alcance universal. Para ella, la violencia de género no respondía a una ferocidad natural, sino era producto de un exceso de cultura patriarcal.
A lo largo y ancho del planeta, el 8 de marzo, en el contexto actual de inequidad y desigualdad en el que nos encontramos las mujeres, no tenemos nada que celebrar. Sin embargo, sí será un día de conmemoración histórica de los logros de las mujeres, también de reivindicación de lo que nos corresponde y de protesta de lo que no se nos da o se nos quita.
Será un día de denuncia de la misoginia, de los feminicidios, del no reconocimiento a nuestros derechos reproductivos, de la desigualdad salarial y de las brechas de género que existen en todo ámbito en el que nos desenvolvemos y de los obstáculos con los que tropezamos y nos impiden el ejercicio de los nuestros derechos en igualdad de condiciones.
Pero, además, este “8M” será singular en la ribera oeste de del mar Mediterráneo, pues en la Franja de Gaza, las mujeres viven una situación excepcional. La guerra que se libra allí desde el mes de octubre, está cobrando vidas principalmente de mujeres y niños. En el contexto de guerra, que ya de hecho es un escenario lúgubre, triste y deshumanizante, cabe preguntarse ¿cómo experimentan la guerra las mujeres sobrevivientes? ONU Mujeres sostiene que en la Franja de Gaza lo que se está dando es una guerra contra las gazatíes. Aproximadamente cada día mueren 63 mujeres, de las cuales 37 son madres que dejan a sus familias devastadas. Lo más desgarrador son los hijos pequeños que quedan desprotegidos, si es que logran sobrevivir. Y aquellas mujeres que aún quedan con vida, deben cargar con los efectos devastadores de la guerra.
Imaginémonos la difícil tarea de asegurar la alimentación, que les toca a ellas por el hecho de ser mujeres. En el campo de batalla la comida escasea, por tanto, lo que consiguen deben prioritariamente dárselo a sus hijos, privándose ellas de alguna ración. Los 2,3 millones de habitantes de Gaza se encuentran en niveles agudos de inseguridad alimentaria. Y a las mujeres deben buscar alimento entre los escombros.
El grado de hacinamiento en el que se encuentran las familias, lleva a suponer a las mujeres que si no morirán por efecto de un misil u obús —que caen y explotan por doquier— lo harán por alguna epidemia que pueda cundir en semejante contexto.
A esto se suma la situación de las mujeres embarazadas, quienes se han visto obligadas a parir usando la linterna de un teléfono celular y tan solo horas después, regresar a una tienda de campaña.
Ante la negativa del ingreso de ayuda humanitaria, que supone también material necesario para atender los partos, no se tiene cuantificado el número de mujeres gestantes que mueren al dar a luz o en el posparto, ni de los recién nacidos que sufren infecciones por las deplorables condiciones de higiene. Y ni qué decir de las consecuencias de la falta de una oportuna alimentación entre las embarazadas que se encuentran imposibilitadas de comer proteína para llevar adelante una buena gestación. También escasean los insumos de higiene que las mujeres en general requieren cada mes para pasar la menstruación.
La guerra al ser un campo principalmente masculino, supone violencia sexual hacia las mujeres de todas las edades. Las flagrantes violaciones a los derechos humanos ocurren a diario.
Es así, que la guerra se constituye en otro espacio de batalla desigual en el que las mujeres se llevan la peor parte. Las que sobrevivan serán la memoria de lo que un día atravesó su pueblo. Serán la memoria de las familias que les fueron arrebatadas.
Este 8M tiene que ser un día de conmemoración a las mujeres víctimas de una guerra genocida, en el que se honre tanto a las que murieron como a las que continúan soportando el horror, mientras una comunidad internacional mira del palco y es cómplice de lo inadmisible.
La autora es socióloga y antropóloga
Columnas de GABRIELA CANEDO VÁSQUEZ