El valle que nunca debió albergar una ciudad
Las lluvias de este año han causado un par de tragedias. Me refiero a las personas que han perdido la vida y a una serie de destrozos en la infraestructura de la ciudad, que se ha visto literalmente arrasada en algunos de sus sectores.
Los daños, cuya cuantificación no conozco, no parecen haber sido extremos. Basta con decir que los puentes que cruzan el río Choqueyapu, en la parte sud de la ciudad de La Paz no han sido afectados. Y la vida, por ejemplo en la zona de RíoAbajo, más allá de cortes de agua por algunos días y de luz por algunas horas, ha vuelto rápidamente a la normalidad.
En tanto, las noticias locales fueron espeluznantes, bien condimentadas por las imágenes que mostraban la furia con la que los ríos bajaban desde la parte alta de este valle que nos ha visto nacer. Los nuevos tiempos de la información que cuenta con miles de reporteros gráficos dispuestos a colgar en las redes todo el material extraordinario que presencian, fotografían o graban, hizo posiblemente que los ánimos se caldearan aún más.
Es interesante ver, cómo un evento de esta naturaleza permite a las personas consolidar sus visiones de vida, o sus simpatías o antipatías políticas, desde quienes ven en la riada el inicio del apocalipsis climático hasta quienes quieren echar la culpa de todo al actual alcalde, o alcaldes de los últimos 20, o al partido de Gobierno.
Los paceños, que tenemos algo de memoria, no solo de haber vivido situaciones climáticas similares, sino de las lecciones aprendidas en primaria y reaprendidas en secundaria, sabemos algunas cosas. Por ejemplo, que el origen del valle de La Paz, como el de la mayoría de los valles andinos, es producto de la horadación lenta pero segura que causan los ríos al descender de las alturas. Pues bien, lo que se vive de tiempo en tiempo en La Paz, es parte de la realidad de este valle que surgió de esa manera, y que tiene, en el área que estaba urbanizada hace 50 años alrededor de 200 ríos subterráneos, los cuales surcan por lugares gredosos.
Los paceños ch’ucutas sabemos un par de cosas desde nuestro nacimiento: que hubo un cerco de La Paz hace casi 250 años y que no se debe construir ni en laderas muy empinadas ni en zona muy gredosa ni muy junto a un rio. Además, tenemos una raigambre cristiana, (aunque no esté de moda decirlo). Por la Biblia sabemos que se debe construir en terreno sólido. Sabemos que la época de lluvias empieza en febrero, “enero poco y febrero loco” y que esta época puede extenderse por todo marzo.
Aunque no me trago ese espurio título de “ciudad maravilla”, he acompañado a miles de extranjeros en el momento de ver la ciudad desde La Ceja, unas veces de día, otra de noche, y sí he escuchado exclamaciones de admiración, eso es absolutamente lógico, es increíble que se hubiera escogido semejante enrevesada geografía para construir una ciudad, aunque la decisión de Alonso de Mendoza fuera en ese entonces de lo más sensata.
La Paz es una ciudad interesante, pero tiene un crecimiento desmesurado, simplemente no quepa en este valle del Choqueyapu. Si se cumplieran normas estrictas para sólo construir en lugares seguros, es posible que un importante porcentaje de casas, sobre todo las más modestas, no deberían existir.
Si se quiere atacar el problema de raíz, deberíamos sentarnos a pensar seriamente en acabar con la razón principal del crecimiento desmesurado de esta ciudad, vale decir, el hecho de ser la sede de Gobierno. Lo racional sería trasladar el aparato estatal a la única ciudad que no tiene problemas de expansión, y que ya es la ciudad más grande y más pujante del país.
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ