Ni romantizando ni desromantizando la maternidad
Iremos directo y al grano. Ser madre es lo más increíblemente hermoso y lo más jodidamente desafiante que me ha pasado en la vida. Además, aparte de todo el caos emocional, hormonal y físico que se vive como resultado de esta condición, encima se tiene que aguantar la carga social que conlleva, la cual, además, es fundamentalmente para la mujer.
Durante mucho tiempo se romantizó la maternidad con muchas frases tan maravillosas como comerciales, y películas que mostraban mujeres perfectas con sus hijos limpios, la casa ordenada y todo siendo maravilloso. Luego, ocurrió lo contrario, se empezó a hablar de todo lo desagradable, los dolores, los cambios físicos, los hormonales, las pataletas de los niños, el gasto que esto conlleva y de pronto, hay una generación que prefiere tener perros y gatos en lugar de hijos (lo cual es totalmente aceptable).
Pero ningún extremo es bueno, más aún porque nada en esta vida es totalmente bueno ni enteramente malo. Es importante entender esta idea y utilizarla como un escudo para la ola de comentarios que una mujer debe soportar desde el momento en el que se le empieza a notar la pancita.
El hombre tiene la facilidad de que puede anunciar el embarazo de su pareja cuando le da la gana, si quiere, puede hacerlo justo en el momento del parto o luego del nacimiento. La mujer no. Para nosotras es inevitable y si no se menciona, durante los meses que la pancita es pequeña, se escuchan los rumores de “está cada vez más gordita”, “no se está cuidando” y demás que nadie se atreve a decir de frente para no ofender, pero al final llegan a oídos de una.
Personalmente, no me gusta la atención y sabía que muchas cosas cambiarían desde que mi entorno conociera del embarazo y así pasó. Mi historia no es realmente mala, mi círculo se alegró muchísimo y todos me felicitaban y tenían sus atenciones. Sin embargo, no en todos los casos ocurre igual. Conozco mujeres que fueron lapidadas por sus familias porque estas esperaban que antes de ser mamás avancen más en sus carreras o les dijeron que debían disfrutar más tiempo de su matrimonio o que debían casarse por haberse embarazo. Todas estas percepciones son totalmente subjetivas y sólo deberían ser de incumbencia de la gestante y su pareja.
Pero el problema para mí fue que dejé de ser Lorena para ser la embarazada. Nadie hablaba de otro tema conmigo que no fuera el embarazo. Llegó el punto en que, en grupos grandes, terminaba ignorando la conversación para que se deje ese tema, pero entonces las demás personas se ponían a hablar de sus experiencias.
Lo peor es que el 90 por ciento sólo me contaba lo malo. Se comenzaron a desarrollar en mi mente temores que ni sabía que existían o que no habían llegado a mi cabeza hasta ese momento. Miedos de los que ahora no veo siquiera necesario haberlos conocido. Envidiaba tanto a mi esposo, porque él iba a su trabajo o reuniones y era él, le hablaban de fútbol, de trabajo, de mil cosas, seguía siendo él.
Pero yo sólo era “la Lore embarazada”. En un punto le pregunté a unas mujeres que me hablaban de todas sus feas experiencias: “¿Entonces, no hay nada bueno en ser madres para ustedes? Y la respuesta fue: “Sí, pero eso ya lo descubrirás”.
En efecto, descubrí lo bueno y lo malo, el camino de espinas y el de rosas. El parto es fregado y doloroso, sí, pero el momento del llanto de mi bebé al salir también fue el momento del nacimiento de una nueva persona dentro de mí. Mi corazón explotó de amor.
Paso noches sin dormir, sí, pero una sonrisa suya basta para reiniciarme entera y darme fuerzas para cargar el universo en mis hombros por ella. Lloro con cada vacuna y ruego a Dios que nunca se enferme de algo serio, sin embargo, cuando la tengo en mis brazos no hay ningún otro lugar en el mundo donde prefiera estar. Con ella conocí el amor más puro y maravilloso, que no cambiaría por nada.
Entonces, la maternidad es romántica, pero también jodida. Hagan un favor a sus amigas embarazadas y no solo les cuenten lo malo.
Columnas de LORENA AMURRIO MONTES