Pluripartidismo socialista
Regímenes como el de Venezuela, donde no existe un partido único al estilo de las viejas dictaduras leninistas, sino un partido hegemónico que coexiste con fuerzas real o supuestamente opositoras, a menudo suelen entenderse como una innovación dentro del repertorio de los autoritarismos. Sin embargo, un somero repaso de la historia muestra que el truco del pluripartidismo socialista es más antiguo de lo que se cree.
Fue el caso de la Alemania oriental o RDA, donde junto al Partido Socialista Unificado (comunistas y socialdemócratas anexados), tenían participación en la Cámara del Pueblo las representaciones de la democracia cristiana, los liberales, el partido campesino y hasta nacionalistas exintegrantes del nazismo.
Pero, pequeño detalle, todos los partidos debían formar parte de la lista única del Frente Nacional de la Alemania Democrática, conducido por el partido comunista, que se aseguraba una amplia mayoría y asignaba a las otras formaciones pequeños cupos de los escaños.
La práctica de este “frente” era la unanimidad, aunque los democristianos orientales se zafaron de la camisa de fuerza en 1972, para votar contra el aborto, mientras que los liberales comenzaron a levantar cabeza en la década de los 80, cuando desde la Unión Soviética soplaron los aires reformistas de la Perestroika.
El método de una supuesta pluralidad sometida a un “frente” es también el modelo chino, donde la Constitución de la República Popular prescribe un “sistema de cooperación multipartidista”, reconociendo junto al Partido Comunista de China a los “ocho partidos democráticos”: Kuomintang, Liga Democrática, Asociación Nacional Democrática de la Construcción de China, Asociación China para la Promoción de la Democracia, Partido Democrático de Campesinos y Trabajadores, Partido Zhigong, Sociedad Jiusan y Liga de Autogobierno Democrático de Taiwán.
Todo esto parecería la obra de un bromista totalitario, pero es parte de las “pieles de cordero” con las que se camuflan estas dictaduras ante la opinión pública internacional.
La innovación, en los casos latinoamericanos del siglo XXI, es el camino gradualista por el que se han ido acercando a esa combinación de pluralismo aparente y monopartidismo real. Nicaragua ya es unipartidista en la práctica, mientras que Venezuela estaría llegando a ese puerto, al no permitir que la principal coalición antichavista inscriba y decida libremente a sus candidatos para las elecciones presidenciales.
En Bolivia, ese unipartidismo de fondo, enmascarado por ficciones pluralistas, ha sido siempre el objetivo de ideólogos del hegemonismo que, como Álvaro García Linera, han planteado la vigencia del “horizonte comunista”.
Columnas de EMILIO MARTÍNEZ CARDONA