Romina Malecón y los mosquitos
Devorada, más que picada, Romina Malecón se enfrentó con decisión al enjambre de mosquitos que la consumían de pies a cabeza.
Aquel mes de marzo de calor intenso y aguaceros exagerados marcaba el ritmo de unas noches incómodas plagadas de la concertina de mala muerte que producían aquellos insectos de porquería.
Sorpresivamente, en los últimos días del mes, mientras aún se sentía la resaca de un Censo que a todos rememoró el tiempo de la peste y la época de la restricción, un cambio de tiempo trajo consigo un aire impregnado de un aliento frío.
Romina Malecón lo notó y sorteó aquellos primeros indicios de otoño buscando cobijo en la manta amarilla que le regaló su madre cuando se casó.
A pesar de la acertada precaución, la anciana percibió algo raro en esa primera noche de cambio de estación.
No era el frío que sintió en los pies poco antes del amanecer, tampoco el recuerdo del extinto marido que en vida podía dormir tranquilo aun en medio de una tormenta, era más una sensación parecida a la nostalgia, similar a la añoranza.
Cuando por fin identificó cuál era el motivo y razón de tamaña sensación, se sorprendió: extrañaba el molesto ruido de los mosquitos.
Molesta consigo misma por semejante barbaridad, iluminó sus arrugas y sus canas con aquella pantalla diminuta que en algún tiempo no supo entender, pero que ahora era su más grande adicción.
Romina Malecón era para entonces una mujer que se acercaba a los tres cuartos de siglo de vida, en sus años de niñez había jugado en las calles y sabía bien lo que era chapalear en el lodo y revolcarse en la tierra, eso hubiese querido ella para sus nietos, lamentablemente ella misma sabía que aquella remembranza de no volvería jamás, pues ahora el mundo vivía absorbido por la técnica, la mecánica y la electrónica.
Ella solía ser víctima regular de las noticias engañosas, de las imprudencias digitales y de los engaños constantes. Como muchos, le era habitual compartir las falsas alarmas, los avisos imprudentes y las estratagemas ilegítimas.
Hacía poco, cuando difundía por las redes los mensajes de terror sobre el Censo, sentía que su tarea y preocupación eran parte de una responsabilidad que debía cumplir. Estaba equivocada. Se lo hizo notar su nieto mayor, cuando en un momento de honestidad le dijo:
—Abuelita, no seas paranoica.
Romina Malecón se lo tomó en serio y en un arranque de lucidez se dio cuenta de que el intangible mundo de las noticias falsas era muy similar al de los mosquitos: la idea es chuparnos la sangre.
Columnas de RONNIE PIÉROLA GÓMEZ