Sobre la corrupción nuestra de cada día
Los escándalos de los países vecinos están muy jugosos. Por un lado, el affaire de las joyas de la primera mandataria peruana da para una crónica del mal gusto, con un retrosabor a corrupción, y por otro, los sucesos de Quito, por lo menos a primera vista, son un exceso de parte del Gobierno del señor Noboa, más allá de que el Gobierno de México hubiera apostado por apoyar a una persona condenada por corrupción. En casa hemos tenido otra vergonzosa sesión de silletazos en un congreso de mineros cooperativistas afines al partido de gobierno. La pelea interna no tiene que ver con principios, sino con qué grupo se queda con la torta, penosa pelea, penosa escena.
Y mientras tanto la vida sigue igual, el ciudadano de a pie, o mejor dicho el de auto, anda lidiando con pequeños temas de corrupción, uno de los espacios donde esto sucede, lejos del sórdido mundo del narcotráfico, del contrabando, o del tráfico de personas, está en las batidas policiales de las noches de viernes y sábado, no solo en la zona sur de La Paz.
Seamos claros, es obvio que es un bien para la sociedad que la Unidad de Tránsito controle y castigue a quienes conducen carros luego de haber consumido alcohol, y está bien que el castigo sea alto, con sangre entra la letra, o haciendo doler el bolsillo.
Tengo entendido, sé de buena fuente, que hoy por hoy si alguien es pescado conduciendo con un poco de alcohol o en total estado de ebriedad tiene que pagar, tarifa de la unidad policial del puente de Calacoto, la suma de 2.500 bolivianos, más unos cuantos extras, 150 bolivianos aproximadamente. Pero ojo, esa no es la multa, sino el arreglo al que llega el infractor para que no le quiten la licencia por un año, aunque esta sea la primera infracción que haya cometido en su vida, y aunque el exceso de alcohol en su sangre, respecto de lo permitido sea mínimo.
La gente, en general, ha sido educada con este modus operandi, hoy por hoy la mayoría de las personas sensatas simplemente se abstienen de tomar alcohol si es que van a manejar auto, y eso está muy bien. Una visión ligera de las cosas permitiría decir, que más allá de la corrupción, el bien último, hacer las calles más seguras sin borrachos, (o con menos borrachos), se ha cumplido, pero el asunto no es tan simple.
Este arreglo, este manejo chuto de las cosas implica una recaudación ilegal, que puede ser que sea millonaria y no llega a las arcas del Estado. ¿Cuántas personas a la semana pasan por esa experiencia? ¿Cuántas al año? Estamos hablando de casi 350 dólares al cambio real, que salen de los bolsillos de cada uno de los infractores y que no entran en las arcas del país. Y peor, que van a engrosar la telaraña de corrupción dentro de la Policía.
Sería injusto e incorrecto sentenciar o sugerir que la corrupción es un invento del MAS, pero que las dimensiones de esta corrupción se han disparado, es algo que seguramente se puede comprobar.
El negocio de extorsionar borrachos es muy provechoso para la gente involucrada en este tráfico, y es difícil imaginar que sea algo que no es conocido por los mandos superiores, el mismo ministro de Gobierno debe haber oído hablar de estos mecanismos. Es vox populi que así es.
Ahora bien, el origen de esta anomalidad que es ya una aberración, está ligado a una normativa defectuosa, el Código de Tránsito debe ser reformado, y debe poder ser cumplible, me refiero a todas las pequeñas y grandes infracciones que comete a diario el ciudadano, en parte porque debería ir mucho más despacio de lo que es sensato en ciertas vías, o en parte debido al exceso de líneas cebra que hacen que estas pierdan su razón de ser, ni qué decir la prohibición de estacionar, aun en calles donde el parqueo no perjudica.
El problema de tolerar un tipo de una (no muy) pequeña corrupción es que esta se concatena con actos y hechos mucho peores, la corrupción cotidiana, contamina todo el sistema, tanto al interior de las instituciones como en la ciudadanía en general.
Dentro de esa salsa nos movemos como sociedad, ¿podremos salir de allí?
El autor es operador de turismo
Columnas de AGUSTÍN ECHALAR ASCARRUNZ