El país que no era y el que será
Bolivia ya no es lo que era… y nunca fue. Es una vieja broma que recoge esa distorsión que sufrimos todos cuando, descontentos con el presente, añoramos el pasado. “Todo tiempo pasado fue mejor” es otra expresión que recoge el mismo sentimiento y me parece que se aplica al tiempo que ahora vivimos; sin duda, no el mejor.
Algo que los escribidores del lado diestro del espectro deberían agradecerle al MAS es la abundancia de material que les ofrece para descargar cada semana sus críticas más floridas. Ya parece haberse convertido en una especie de competencia para ver quién dice más y peores cosas al partido gobernante, con aplauso asegurado. Se parecería más a un deporte si no tuviese sabor a impotencia.
Una cosa que me llama la atención en la mayor parte de esas críticas es que de su lectura, un recién llegado al país podría inferir que el primer partido corrupto e incompetente de la historia de Bolivia es el MAS. Sabemos que no es el primero, pero si no es el más, probablemente está entre los punteros. Haga nomás un poco de memoria, mi lector con canas, y con seguridad recordará “casos” que sólo han pasado al olvido colectivo porque los escándalos tienen vida corta, gracias en parte a una prensa que no cultiva la memoria.
Para sustentarlo con cifras y nombres nos falta una historia de la corrupción en Bolivia. No digo que sea fácil de escribirla; si no, ya estaría hecha. Pero además de instructiva, esa historia, si bien escrita, podría ser divertida, llena de personajes astutos; oscuros unos, pintorescos otros. Una de las conclusiones que podría arrojar ese estudio es que hay una correlación directa entre años en el poder y descaro en la corrupción. Eso sí, no creo que encontraríamos mucha originalidad en las mañas.
Obviamente, no puede haber nada malo en criticar lo criticable, aunque sea como forma de desahogo y catarsis, y no es papel de los articulistas proponer soluciones, pero lo que debería preocuparnos es que, de las críticas al MAS, por más intensivas o vitriólicas que sean, no han de brotar espontáneamente las soluciones y la cosa ya se está volviendo repetitiva. ¿No sería más edificante que nos dedicáramos a discutir propuestas de solución?
Sin embargo, no las hay. ¡Cuán mal estará la oposición si lo mejor que nos puede ofrecer son las recetas dogmáticas de los libertarios! Se sabe que no comparto sus premisas ni propuestas, pero yo soy opinador, no juez; así que bienvenidas sean todas las propuestas que piensan en un futuro mejor para el país, y que sean los votantes los que decidan qué futuro será ese. O, más realistamente, con qué promesas de futuro quieran ser engañados.
Sería injusto no reconocer el aporte que hace Amparo Ballivián con su lucha solitaria. Ella hace lo que deberíamos hacer todos los bolivianos si no fuéramos tan vagos (hablo también por mí): sentir el dolor patrio y transformar la frustración en iniciativa. No creo que lo suyo pueda ir muy lejos, no porque le falten virtudes profesionales, cualidades morales o partido, sino porque la hora de nuestra clase social ya se pasó, y por buenos motivos, hay que decirlo.
Si no hubiéramos hecho tan mal las cosas, quizá no habría un Evo o habría un mejor MAS –evolución necesaria en un país que busca ser inclusivo–, pero no este partido inmoral y destructivo. Quienes lo critican con desprecio harían bien en reflexionar sobre la responsabilidad que recae sobre las anteriores generaciones por haber dado tan mal ejemplo y no haber creado las condiciones para evitar este desastre.
Sin embargo, que no todos seamos llamados a gobernar no quiere decir que no podamos y debamos contribuir. El país no puede darse el lujo de prescindir de toda la buena capacidad que pueda reunir para sacar este carretón del fango, ahora y cuando llegue la hora.
Menos empeñoso que Ballivián, yo no tengo ninguna solución que proponer, pero tengo una visión. No hay que ser Martin Luther King ni Santa Teresa de Ávila para tenerlas. La mía es la de una Bolivia que van a construir unos jóvenes lúcidos, mayoritariamente mestizos, que no son ni clasistas ni masistas y, porque gracias a los años del MAS no han sufrido la soberbia de los primeros, pero han visto los excesos de los segundos, no cargan mochilas de amarguras y saben que para alcanzar grandes objetivos no hay otro atajo que la seriedad.
Por ser la mía una bola de cristal de las antigüitas, mi visión no tiene ruta ni fecha, y es, en muchos aspectos, borrosa. No veo, por ejemplo, si el empuje de su economía es lo que hará que el oriente se imponga o si es una Santa Cruz collizada la que asumirá el liderazgo (admito que me gusta la perspectiva de esta fusión). Yo solo sé que esa irreconocible Bolivia de mi visión será democrática, solidaria, optimista y orgullosamente inclusiva.
Las visiones no necesitan justificación ni defensa; están ahí para ser descartadas, compartidas o corregidas; confirmadas o superadas, nada más. Como siempre, el futuro tendrá la última palabra.
Columnas de JORGE PATIÑO SARCINELLI