Los jóvenes ya construyen el futuro
Un reciente informe del Servicio Plurinacional de Registro de Comercio señala que en 2023 se crearon 16.471 nuevas empresas en Bolivia. De ese total, cerca de 4.000, es decir el 24%, tiene como representante legal a jóvenes de entre 18 y 29 años. Si a ese número, sumamos la enorme cantidad de micro, pequeñas y medianas iniciativas económicas que se desarrollan en la informalidad y que son lideradas por jóvenes, el número fácilmente sobrepasa al registro de unidades formales inscritas en el país.
Aunque la mayor parte de esos emprendimientos son unipersonales, y dedicados al comercio, transporte y servicios, es evidente que la presencia de este grupo etario en el ámbito empresarial es cada vez mayor, pese a las enormes dificultades que conlleva la decisión de iniciar un negocio propio.
Hay muchos factores que están impulsando a los jóvenes a optar por el emprendimiento individual como alternativa a la búsqueda de empleo. El primero es la caída sostenida de la demanda laboral, que hace varios años ya no puede absorber la enorme cantidad de jóvenes que cada año se insertan al mercado del trabajo. De hecho, se estima que de los 180.000 bachilleres que egresan cada año, sólo el 35% es contratado en el sector privado o en el público.
Un segundo factor está relacionado con el crecimiento del bono demográfico. Según estimaciones oficiales, para el año 2030 la población entre 16 y 28 años en Bolivia será de tres millones de personas, la mayoría vivirá en las ciudades capitales y compartirá el espacio productivo y laboral con una población económicamente activa mucho más numerosa, que incluirá a mayores de 60 años y a menores de 15.
Un tercer factor tiene que ver con la brecha insalvable entre el sistema educativo y la realidad del mercado de trabajo. El fracaso del modelo de formación, la pobreza, la desigualdad y la informalidad han roto definitivamente la secuencia tradicional donde la capacitación superior conducía a la ocupación profesional. De acuerdo con resultados de estudios especializados, de los cerca de 40.000 universitarios que se titulan anualmente en Bolivia, menos del 50% logra conseguir un empleo remunerado, y muchos de los nuevos graduados se desempeñan en áreas diferentes a las de su profesión. Quienes alcanzan el grado académico de licenciatura están lejos de tener asegurado su futuro, e incluso la formación superior en maestrías o especializaciones apenas puede garantizar una posición laboral estable.
Sin embargo, estas variables externas no son los motivadores más importantes para que los jóvenes asuman el desafío del emprendedurismo. Esta generación —la más informada e interconectada de la historia— está experimentando cambios a una velocidad que los mayores apenas alcanzamos a comprender. De hecho, es la primera vez en nuestra era que los jóvenes y niños poseen mayor dominio de las herramientas del conocimiento que sus padres. |
Las modificaciones que impone la tecnología están revolucionando las formas de organizar la producción, el trabajo y las dinámicas económicas y sociales. En esa transformación, los jóvenes de hoy priorizan la realización personal, la autonomía y el impacto social antes que la estabilidad financiera. No se conforman con seguir el camino trazado por sus mayores, sino que quieren forjar el suyo propio, resistiendo convenciones y abrazando el riesgo como un catalizador del crecimiento.
A pesar de los problemas de acceso desigual a recursos y oportunidades, brecha digital, corrupción y barreras a la iniciativa privada, es cada vez más evidente que el futuro económico está intrínsecamente ligado al éxito de los jóvenes emprendedores. Son ellos quienes ya están impulsando la innovación, generando empleo y creando riqueza. Su capacidad para adaptarse a los cambios tecnológicos, aprovechar las nuevas tendencias educativas y abrazar los valores y creencias emergentes los coloca en una posición privilegiada para liderar la próxima era de crecimiento económico.
Por eso mismo, la peor actitud que podemos tomar como generación es impedir, dificultar o frenar el impulso muchas veces distópico, osado e irreverente de las iniciativas empresariales de los jóvenes. Nuestra responsabilidad es facilitar su inclusión económica, social, política y cultural, fomentar la educación emprendedora, promover la igualdad de oportunidades y eliminar las barreras que obstaculizan el desarrollo de sus proyectos.
Debemos ser capaces de entender que ellos definirán la forma en que la sociedad se organizará, encontrarán las soluciones para las grandes crisis que ocasionamos y construirán el nuevo orden económico y político de un mundo que se transforma y se recrea. Ellos, con sus propias lógicas y con sus propios valores, deberán forjar un futuro más inclusivo, sostenible y próspero que el que les estamos dejando.
Columnas de RONALD NOSTAS ARDAYA